«Las checas, dirigidas por el PSOE y el PCE, fueron trágicamente célebres, y allí cayeron muchos españoles, algunos familiares, vejados, torturados y asesinados»
Cada vez es más frecuente encontrar serias discrepancias entre la realidad vivida, o contada por personas de absoluta fiabilidad, sobre actos y vicisitudes que se vivieron en los años previos a la Guerra Civil española del siglo XX, durante la misma, aunque ninguno de los dos espacios temporales sea mi caso, y en la Dictadura, y el relato que llega a la población en este ya comenzado y gastado casi primer cuarto del siglo XXI.
El problema que se plantea consiste en que esta huida de la realidad puede, a base de ser repetida, y no contestada, crear una desviada interpretación de la Historia reciente, una falsa historia y una reescritura de la misma con la eterna finalidad política. Además se prescribe por ley como se deben recordar los hechos que jalonan esa historia, quien debe y no debe aparecer en la misma, y como sucedieron las vicisitudes que provocaron otras de mayor trascendencia, etc; donde más se aprecian estos nefastos resultados es en la juventud, en las élites jóvenes que acceden a la Universidad, en aquellos que quieren saber y no encuentran apenas neutralidad histórica, dado que no llegan a conocer los matices de las situaciones porque los legisladores interesados se lo impiden.
En Francia, en París precisamente, no hay apenas discusión sobre la omnipresencia y validez de la figura de Napoleón I, y desde La Defense hasta Les Invalides, se produce una glosa a su gloria y sus realizaciones, a sus conquistas, exageradas en las inscripciones de “su Arc de Triomphe”, a sus Mariscales que guardan su tumba en el Domo, cuyos nombres jalonan las principales avenidas de la antigua Lutecia, y a los nombres de sus principales batallas que dan personalidad a las estaciones de ferrocarril, parques, etc.
Cuando Hitler llega a París, después de la rendición de Francia en pocas semanas, se pasea por sus calles principales, en Trocadero, por los Campos Elíseos, etc, siempre cubierto con su gorrilla de aspecto castrense, y solo se descubre al entrar en el Domo que encierra el sepulcro de Napoleón, como muestra de respeto, y la crónica dice que era por una gran admiración.
Nuestro Emperador invasor, genio militar reconocido, se adhirió hábilmente a la Revolución de 1789, la traicionó, dio un golpe de estado y se coronó a sí mismo Emperador, después de 10 crueles años de matanzas políticas para extinguir la Monarquía; más tarde asoló Europa para convertirla en una Federación regida por Francia, sacrificando en cada batalla millares de europeos; su vuelta de Rusia, de donde escapa al desastre de “su Grande Armée” después de perder más de 450.000 efectivos, en terribles condiciones; finalmente murió indignamente, después de 6 años de confinamiento en una isla en el otro extremo del Mundo; sin embargo su figura histórica es respetada y recordada en su justa medida, no tanto en las Antillas francesas cuya evocación suscita ciertos reparos.
No se trata de hacer comparaciones de figuras históricas, se trata de admitir la historia como fue, así, aquí en España la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, revestida de memoria democrática está cocinada con una cierta dosis de falsedad, de circunscripción temporal, de errores académicos interesados y de política. En España la llegada de las dos Repúblicas se produce con ocasión de procesos revolucionarios diferentes pero programados y aprovechando ocasiones favorables, de oportunidad.
En el caso de la II República, origen de nuestra Guerra Civil, y en parte del frentismo que se vive hoy, la conspiración contra la Monarquía se guisa muchos años antes de 1931, con los ensayos revolucionarios en 1917, quizás por reflejo de lo acontecido en Rusia, y los más ajustados en tiempo del Pacto de San Sebastián, verdadero antecedente del Gobierno Provisional de la II República.
Cuando llega el momento, en unas elecciones ganadas finalmente por los monárquicos, proclaman la República por los resultados parciales obtenidos en las grandes ciudades por los republicanos; este cambio radical de la configuración del Estado, y por tanto de la Constitución vigente, no es sometido a referéndum nacional, simplemente es instaurado, aprovechando circunstancias de oportunidad, de debilidad de la Monarquía, cuyo apoyo al golpe de estado del General Primo de Rivera nunca fue perdonado , a pesar de que dirigentes socialistas de peso también la apoyaron y desempeñaron cargos importantes, como Largo Caballero.
El nuevo régimen republicano de cinco años de duración, hasta la sublevación militar de 1936, estuvo lleno de incidentes de todo tipo, de muertes por intereses políticos, de represiones sangrientas, de ataque a los bienes de la Iglesia, de sublevaciones e intentos de segregación territorial, de amenazas y atentados políticos, incluso a parlamentarios, de levantamiento de muros para impedir el gobierno a las derechas, y en definitiva, de procesos revolucionarios intensos similares a los que se desarrollaron allende, en la frías tierras del Este de Europa; el Ejército se mantuvo fiel a los sucesivos gobiernos republicanos, hay testimonios concretos al respecto, incluso fue empleado para sofocar los múltiples incidentes acaecidos en ese turbulento periodo, de gravedad muchos de ellos, resultando, a la llegada del Frente Popular en febrero de 1936, por otra parte fraudulenta, juzgados por su actuaciones al servicio del Gobierno de la República, y algunos de ellos asesinados en condiciones lamentables (López Ochoa, Batet, etc).
La zona republicana, en los primeros meses de la Guerra Civil, fue de una represión extraordinaria, como solo se ha conocido bajo los soviets en sus diferentes momentos revolucionarios; las checas, dirigidas por el PSOE y el PCE, fueron trágicamente célebres, y allí cayeron muchos españoles, algunos familiares, vejados, torturados y asesinados. La ley de Memoria Democrática no recoge estas transgresiones, tan continuadas y profundas, del orden público y de los derechos humanos, solo se refiere al periodo 1936-1978, cuando los años de Dictadura son directamente consecuencia de estas causas.
Decía un conocido y aburguesado socialista, hoy, que esta ley era la contrapartida de la derrota militar de la izquierda y extrema izquierda en 1936-1939, llevada a este siglo XXI, pírrica victoria por decreto.
Autor: Ricardo Martínez Isidoro (General de División y Escritor), octubre 2024.