‘Las palabras vividas’ es una obra inusual, en la que Quique González se enfrenta quizás a uno de los mayores retos de su carrera, el de asumir como propia la voz de su amigo Luis García Montero quien, a su vez, cede su corazón poético para que palpite en el pecho del músico. De todas las dificultades que entraña un proyecto artístico de este calibre, más incluso que la complicación extraordinaria de concebir melodías a la medida de versos ya creados e inamovibles, quizás la mayor sea conseguir que el resultado final, la canción que aúna la música y la palabra, conserve la credibilidad de lo que expresa. Y ese reto, tan arriesgado, queda superado. Estamos ante el primer disco de Quique González en el que el músico no es el autor de los textos y, sin embargo, podría serlo, de tan naturales que suenan en su interpretación de los mismos.
Luis García Montero dota a cada una de estas canciones de un alma propia y a la vez común al resto. Con predominio de la primera persona, en todas sobrevuelan un aire de melancolía y la emoción por lo vivido, que se expande sin limitaciones en la personal voz de Quique González.
Solo García Montero conoce el precio de escribir, por ejemplo, ‘Canción con orquesta’, en tiempo y en dolor; y únicamente González sabe la cantidad de horas de trabajo dedicadas a convertir ese texto magnífico en la gran pieza musical que finalmente es. Uno de los momentos cumbre de este disco, como también lo es ‘Todo se acaba’, seis minutos de canción que, sin embargo, se hacen cortos. ‘La nave de los locos’, que abre el álbum, y, sobre todo, ‘El pasajero’ y su luminosidad del Sur, que nos remite a ‘Salitre’, son los dos medios tiempos más cercanos a los parámetros musicales que suele manejar el músico y en los que más reconocible se presenta. En ‘Mi todavía’, ‘Qué más puedo pedirte’ o ‘La canción del pistolero muerto’ lo hace prácticamente al desnudo. ‘Bienvenida’, con ese aire a Joe Henry, da cuenta de la complicidad entre el músico y el poeta, ya que éste le envió la canción al día siguiente de saber que Quique esperaba a su hija Nora.
Este homenaje a la palabra y a la música que en esencia es ‘Las palabras vividas’ se completa con ‘Las nuevas palabras’, las estrofas más autobiográficas de García Montero y de las que nace el título del álbum, y ese emocionante ‘Seis cuerdas’, poco más de un minuto a guitarra y voz que sintetiza el amor que la clase de músicos como Quique González sienten por su oficio.
El resultado es un disco radicalmente distinto a todo lo que el músico ha hecho con anterioridad y que, por tanto, conlleva una parte nada desdeñable de riesgo. Sin embargo, el riesgo es un viejo conocido del compositor madrileño, cuya trayectoria se ha sustentado en una innegociable independencia personal y artística. Nuevamente, Quique se salta el guión de lo que pudiera parecer previsible para dejarse llevar por su instinto. Tal vez no todos lo entiendan pero esa inquietud, que en Quique González es un sello, ese afán por investigar nuevos caminos, es uno de los máximos valores de un artista. Irrenunciable, además, para un detective.