«El tratado de Sykes-Picot trazó las fronteras de Siria, Líbano e Irak de manera arbitraria y caprichosa»
Para examinar y formular conclusiones sobre un conflicto, es esencial recopilar la máxima cantidad de información disponible del ámbito geoestratégico donde tiene lugar. Esto incluye la revisión de antecedentes históricos, la evaluación crítica de las fuentes de información, su contrastación y, mediante un enfoque analítico, alcanzar resultados que, aunque difícilmente sean totalmente precisos, proporcionen una comprensión más completa de la situación.
Me he sumergido en una breve evaluación y reflexión sobre el conflicto recurrente en Oriente Medio. Es crucial poseer un conocimiento profundo de la realidad, realizar una reflexión ponderada y esforzarse por comprender cuál es la conducta más acertada. En estas circunstancias, la prudencia debe ser nuestra guía, tomando en cuenta la memoria del pasado, evaluando el presente y abordando el futuro con cautela.
Los conflictos surgen cuando dos o más partes persiguen objetivos incompatibles e intereses opuestos, lo que conduce a tensiones, disputas o confrontaciones. En el contexto de Oriente Medio, es crucial analizar la esencia misma del conflicto, las relaciones históricas entre los actores involucrados, sus demandas y responsabilidades, así como su disposición a buscar una resolución a través de la negociación y el consenso.
Iniciemos con un análisis histórico que nos remontará a los tiempos del Imperio Romano, aunque podríamos considerar fechas aún más tempranas
En el año 395, con el objetivo de simplificar su administración, el emperador Teodosio dividió el Imperio Romano en dos partes: el Imperio Romano de Occidente, que sucumbió en el año 476 d.C. a manos de los germanos, y el Imperio Romano de Oriente, conocido como el Imperio Bizantino. Este último perduró durante diez siglos adicionales al Imperio de Occidente, llevando el nombre de Bizancio, la antigua capital sobre la cual se erigió Constantinopla.
La ubicación estratégica del Imperio Bizantino en la conocida «ruta de la seda«, un paso crucial en el comercio con China e India, siempre despertó el interés de los imperios circundantes. Con la decadencia del Imperio Bizantino, los turcos otomanos asumieron el control del Mediterráneo oriental, conquistaron Constantinopla en 1453 y ampliaron su dominio sobre el norte de África, Grecia y los Balcanes. Durante cuatro siglos, el Imperio Otomano ejerció su gobierno en esta vasta región.
A principios del siglo XX, en 1908, un grupo de jóvenes oficiales del ejército turco, conocidos como los «Jóvenes Turcos» por su profundo occidentalismo, depuso al sultán Abdul Hamid II. En esa época, Gran Bretaña se alió con Francia y Rusia en la Triple Entente para hacer frente a Alemania.
Por otro lado, los otomanos se unieron a Alemania y el 30 de octubre de 1914 se sumaron a la Primera Guerra Mundial. Al término del conflicto, Turquía perdió Oriente Medio en manos de Francia y el Reino Unido.
Los británicos y los franceses acordaron el tratado de Sykes-Picot, que dividió el territorio asignando la zona norte a los franceses y la zona sur a los británicos. Este acuerdo trazó las fronteras de Siria, Líbano e Irak de manera arbitraria y caprichosa. Francia, con intereses históricos en la región y respaldando a los maronitas (cristianos), estableció el Líbano como un estado independiente, el cual carecía tanto de una historia propia como de una identidad étnica definida.
Por otro lado, los británicos trazaron fronteras completamente arbitrarias. Durante la Primera Guerra Mundial, realizaron acuerdos con diversos clanes islámicos, como los hachemitas y saudíes, quienes eventualmente entraron en conflicto, resultando en una ventaja para los últimos. Como consecuencia, los británicos entregaron Arabia a los saudíes y cedieron Irak a los hachemitas, hasta que un golpe militar los derrocó.
A los hachemitas de Arabia se les reubicó al norte, a lo largo de la ribera oriental del río Jordán, que fue designada como Transjordania y más tarde se llamó Jordania, al igual que Líbano y Arabia Saudita, ambas de nueva creación. En última instancia, la zona al oeste del río Jordán y al sur del monte Hermón, conocida en ese momento como «Filistea«, fue rebautizada por los británicos como Palestina. En resumen, Jordania, Líbano y Palestina, siendo totalmente artificiales, fueron concebidas por Francia y Gran Bretaña según su propia conveniencia, fruto de sus intereses y de las dinámicas tribales de la propia región.
Movimiento sionista
A finales del siglo XIX, de manera gradual, judíos de la diáspora europea se trasladaron a la región de Palestina para unirse a las pequeñas comunidades judías preexistentes desde siglos atrás. Este movimiento respondía al creciente impulso del sionismo, especialmente entre judíos rusos y polacos, que buscaban la creación de un Estado-Nación judío. Los terrenos donde se establecieron los recién llegados fueron adquiridos con fondos recaudados en Europa, y los árabes desplazados los tildaban de invasores extranjeros. La ascensión de los nazis al poder en Alemania posteriormente intensificó la emigración judía, generando un creciente malestar entre la población árabe.
Al término de la Segunda Guerra Mundial en 1945, los británicos internaron a miles de sobrevivientes judíos del Holocausto en campos de refugiados en Chipre con el objetivo de evitar su migración a Palestina. Durante el período comprendido entre 1945 y 1947, las violentas revueltas guerrilleras protagonizadas por grupos judíos palestinos llevaron a los británicos a renunciar al Mandato, la administración territorial en Oriente Medio que les había sido confiada por la Sociedad de Naciones.
(La Sociedad de Naciones se estableció en 1919 en virtud del Tratado de Versalles y a partir del 20 de abril de 1946 dejó de existir entregando todos sus activos a las Naciones Unidas)
El 29 de noviembre de 1947 las Naciones Unidas aprobaron el plan de partición de Palestina que proponía su división en dos estados, uno judío y otro árabe y un régimen internacional autónomo para la ciudad de Jerusalén. El plan fue aceptado por los israelíes pero no así por los palestinos ni por los estados árabes vecinos, que alegaban que contravenía la disposición de las Naciones Unidas en la que se reconoce el derecho de los pueblos a decidir sobre su futuro. El Estado de Israel declaró su independencia después de la retirada británica en 1948, lo que desencadenó la lucha liderada por al-Husseini contra su establecimiento.
El 15 de mayo de 1948 unidades militares provenientes de Egipto, Jordania, Siria, Líbano e Iraq lanzaron un ataque contra el recién creado Estado de Israel, el cual resistió hasta que las grandes potencias intervinieron y forzaron la firma de un armisticio. Como resultado de este conflicto, el Estado Palestino, originalmente propuesto por las Naciones Unidas, quedó dividido entre Israel, Jordania y Egipto. Además, la ciudad de Jerusalén se fragmentó entre Israel y Jordania.
Israel acogió a las comunidades judías provenientes de naciones árabes, mientras que los países árabes no hicieron lo mismo con los palestinos, quienes se encontraron concentrados en campos de refugiados. Estos espacios, financiados por organismos de las Naciones Unidas, organizaciones no gubernamentales internacionales y asistencias humanitarias de distintos países, propiciaron el cultivo de un sentimiento victimista.
Conflictos sucesivos entre Israel y sus vecinos árabes han profundizado la hostilidad en la región, marcando los años 1956, 1967 y 1983. A pesar de que Egipto y Jordania han reconocido el derecho de Israel a existir, estableciendo intercambios de embajadores, el resto de los países árabes aún mantienen la idea de la aniquilación de Israel.
Khalil al-Hayya, miembro destacado de Hamas, ha declarado recientemente al New York Times que el ataque a Israel el pasado 7 de octubre de 2023 tuvo como objetivo «arruinar la situación por completo» añadiendo el deseo de mantener un estado de guerra permanente con Israel.
La República Islámica de Irán supuestamente lidera y respalda el conflicto contra Israel con el objetivo de destruirlo, a pesar de negar su participación activa. Sin embargo, en última instancia, parece que nadie desea una guerra total en la región. Es importante señalar que una victoria militar no necesariamente se traduce en una victoria política. Entre los primeros en rechazarla se encuentran los habitantes de Gaza, una sociedad empobrecida que aspira a vivir en paz mediante la búsqueda de soluciones como la fórmula de dos estados y la anhelada reconciliación.
Antisemitismo
La población del territorio ubicado entre Egipto y Mesopotamia ha mantenido históricamente la adoración a un único Dios protector, a pesar de ser frecuentemente objeto de ocupación por parte de países vecinos cuyas poblaciones seguían diversas deidades.
El judaísmo, el cristianismo y el islam se originaron en un acontecimiento histórico común: la aparición del único y verdadero Dios a un jeque llamado Abraham, con quien estableció una alianza eterna. Este episodio marca el inicio de la historia del monoteísmo, compartiendo un mismo Dios entre las tres religiones, cuyos seguidores son reconocidos como «el pueblo del Libro«.
Tras la devastación de Jerusalén por parte de los romanos en el año 70 d.C. y la represión de los insurgentes liderados por Simon Bar Kojba, líder judío que encabezó una revuelta (132-135 d.C.) contra el dominio romano en Judea, la diáspora judía se materializó, obligando a la dispersión de la comunidad hacia diversas provincias del Imperio Romano.
Desde sus inicios, el cristianismo incorporó el legado de la Biblia y el monoteísmo hebreo, a la vez que percibió como prescindible la continuidad del judaísmo. A lo largo de los siglos, los seguidores cristianos han escuchado en sermones y leído en catecismos que los judíos eran responsables de la muerte de Jesús. Fue después del Concilio Vaticano II cuando la Iglesia Católica modificó su postura, suavizando la declaración de condena colectiva del pueblo judío.
En la Edad Media, los estados occidentales abogaban por la asimilación y conversión de los judíos al cristianismo como medio de convivencia. El judaísmo medieval se integraba en la sociedad cristiana predominante, careciendo de una casta definida debido a la falta de homogeneidad social y económica. Aunque mantenían su identidad cultural basada en la religión, durante periodos de crisis, los judíos a menudo eran injustamente culpados, propiciando represalias inmediatas. Aunque los líderes occidentales no eran inherentemente racistas, la masa social terminó adoptando actitudes discriminatorias.
A lo largo de la historia, los judíos nunca han sido considerados iguales a los cristianos. La meta subyacente de las máximas autoridades eclesiásticas ha sido, de manera implícita, la conversión de los judíos, su asimilación religiosa y la desaparición de su identidad como comunidad independiente. Este deseo se reflejó en la expulsión de los judíos de Inglaterra en 1290, de Francia en 1394 y de España en 1492, marcando un patrón que se repitió a lo largo del siglo XV en otros países.
En el siglo XVI, se estableció la norma de que «los súbditos deben profesar la religión del príncipe», lo que implicaba que, en caso de que el gobernante fuera protestante, los súbditos también debían serlo, y viceversa en el caso de un gobernante católico. Sin embargo, después de la Revolución Francesa en 1789, se difundió la idea de que la religión es un asunto del ámbito privado. Surgió el principio de unitarismo, donde la pertenencia a una nación requería homogeneidad cultural, basada inicialmente en la religión y luego en normas laicas, consolidándose así la neutralidad religiosa del estado.
En 1781, el filólogo alemán August Ludwig Schlözer introdujo por primera vez el término «semita» para describir un conjunto de lenguas relacionadas, como el arameo, hebreo y árabe. Fue a mediados del siglo XIX cuando surgió la noción de «raza semita», contrastándola con la raza aria o indoeuropea, estableciendo una conexión entre el cristianismo y la raza aria.
En 1896, Theodor Herzl, un periodista judío de origen austrohúngaro, presenta su obra «El Estado Judío», donde aboga por el establecimiento de un estado propio para los judíos en Palestina y propone la formación de una organización sionista. Convoca exitosamente el primer Congreso Sionista en Basilea. En el Segundo Congreso Sionista de 1898, se aprueba la creación de un banco con la finalidad de adquirir tierras para los futuros emigrantes a Palestina.
A partir de entonces, Theodor Herzl, ya en calidad de presidente de la Organización Sionista Mundial, sostuvo encuentros con líderes mundiales. Inicialmente, Herzl abogaba por la integración de los judíos en sus respectivos países y respaldaba la conversión masiva al cristianismo, todo ello a cambio de la condena del antisemitismo por parte del Papa. En el judaísmo coexisten dos corrientes: la más religiosa, orientada hacia la integración en las sociedades locales, y la más política, que respalda la necesidad de un estado con identidad política propia.
Aunque comúnmente se reconoce a Herzl como el padre del sionismo, este movimiento ya existía y había cobrado impulso en Europa durante el siglo XIX como respuesta al creciente antisemitismo. No obstante, a finales de ese siglo, el sionismo seguía siendo un fenómeno minoritario y disperso. Solo unos pocos grupos se habían trasladado a Palestina para escapar de las recurrentes oleadas de violencia antisemita.
Tras la muerte de Herzl a los 44 años, el sionismo persistía como una corriente minoritaria entre los judíos, pero había evolucionado para convertirse en un movimiento de alcance global. Además, la migración gradual hacia Palestina había ganado impulso; la población judía en la región había crecido significativamente, pasando de alrededor de 12.000 habitantes en 1880 a 94.000 en vísperas de la Primera Guerra Mundial. La creación de un Estado judío estaba cada vez más próxima.
Joseph Chamberlain, secretario británico de las colonias, mantuvo múltiples encuentros con Herzl. Los británicos expresaron su disposición a ceder a los judíos una porción de lo que hoy es Kenia. Sin embargo, la consideración de esta oferta generó divisiones dentro del movimiento sionista, ya que algunos argumentaban que aceptarla equivaldría a renunciar de manera definitiva a Palestina. Herzl falleció un año después y no tuvo la oportunidad de presenciar cómo la Organización rechazaba de manera definitiva la propuesta relacionada con Kenia.
Conclusiones
El conflicto actual en Palestina persiste a lo largo del tiempo, y es crucial prevenir su ampliación. Es un deseo compartido por todos que no se intensifique. A pesar de la negación inicial de Irán sobre su participación en las acciones de Hamás, Israel lo percibe como la principal amenaza debido a su programa nuclear y balístico. Irán respalda y refuerza el llamado Eje de Resistencia chiita contra Israel, al que se refiere como la «entidad sionista». Este Eje de Resistencia constituye una alianza política informal que se opone a Occidente, a Israel y a Arabia Saudita. Está conformado por grupos como Hezbolá en Líbano, militantes palestinos, milicias baazistas pro-sirias, milicias chiíes iraquíes y el movimiento hutu. A pesar de su respaldo, Irán evita implicarse directamente en el conflicto debido a sus serios problemas internos que requieren atención prioritaria.
Israel podría enfrentar dificultades significativas en el desarrollo de sus operaciones de contrainsurgencia en Gaza. Las autoridades ya han indicado que este conflicto se proyecta como una guerra prolongada y costosa, con el riesgo de provocar un retroceso económico de al menos diez años.
Tras la conclusión de la guerra, será imperativo administrar y reconstruir la región en beneficio de los dos millones de habitantes de Gaza, al tiempo que se trabaje para erradicar la influencia de Hamás de sus mentes. Es probable que el ejército israelí deba permanecer en la zona, lo que podría tener consecuencias significativas para su imagen, generando un desafío comunicacional. Israel se verá compelido a afrontar una reevaluación social que incluirá definir el tipo de estado que aspira a ser: democrático, judío, o administrador de los territorios. Además, se requerirá una nueva estrategia militar para abordar los desafíos cambiantes en la región.
Queda evidente que cualquier conversación sobre paz en la región debe incluir a Palestina, y posiblemente la solución de los dos estados sea la opción más viable. Recordemos las palabras del exgeneral Ami Ayalon, quien fue jefe del Shin Bet (Servicio de inteligencia y seguridad general interior de Israel): «La paz no llegará hasta que los palestinos encuentren esperanza”.
Decisiones equivocadas en el pasado han generado problemas significativos en el presente y plantean desafíos difíciles de resolver para el futuro.
Coronel DEM (R) Manuel Ayora Santisteban / Asociación Española de Militares Escritores