Las pasadas inundaciones de Febrero y las lluvias de Primavera siguen preocupando a vecinos y usuarios de las riberas de los ríos de Cantabria en directa proporción a las tópicas respuestas y promesas de las autoridades competentes para abordar con garantías la resolución de los numerosos daños y problemas que originan o eliminar los riesgos para bienes y personas.
Lamentablemente los análisis de urgencia siguen centrándose en los aspectos más anecdóticos –por muy dramáticos que puedan ser– y coyunturales sobre la aparición cada más frecuente de estos fenómenos que no son exclusivamente naturales por más que pudieran parecerlo. Y es que siguen sin abordarse las causas estructurales de unas inundaciones que tienen su origen fundamental en la ausencia de una restauración hidrológico-forestal con especies autóctonas –ya que las alóctonas de pinos y eucaliptos no amortiguan las fuertes lluvias y acentúan la erosión por sus estructuras radiculares, por la disposición de sus hojas y por los impactos de las talas a matarrasa y apertura indiscriminada de pistas– que sigue sin desarrollarse con carácter sistemático en las cabeceras de ríos, arroyos y canales –aún los de circulación esporádica– y en las laderas de fuerte pendiente; en el espectacular aumento de los efectos de la escorrentía superficial y la cada vez menor capacidad de infiltración ante la impermeabilización generalizada; en la falta de respeto y ocupaciones privadas con edificaciones, instalaciones e infraestructuras diversas del Dominio Público Hidraúlico y las zonas de Policía de Aguas en las llanuras naturales de inundación; y en la desaparición o adelgazamiento extremo de los bosques de galería, las formaciones de ribera, las zonas húmedas adyacentes y los cauces fósiles y meandriformes que servían de colchón amortiguador de las grandes crecidas, independientemente de constituir hábitats de rica biodiversidad y componentes esenciales de la singularidad de los paisajes y los ecosistemas fluviales.
Pero estas relaciones inmediatas de causa-efecto que multiplican los impactos producidos por las inundaciones como uno de los resultados del cambio climático donde los fenómenos extremos –y las sequías o los déficits hídricos serán, también, el ejemplo contrario pero en estrecha relación con los desequilibrios hidrológicos que se están produciendo–– van a repetirse con mayor frecuencia, deben centrar nuestra atención en los contextos más amplios y las razones estructurales que están detrás de estas amenazas a la seguridad ambiental y a la utilización sostenible de unos recursos y unos espacios indispensables para la sociedad.
Por ello, la prevención de inundaciones o minimización de daños debería revisar o superar, de forma urgente, los contextos o causas profundas de estas situaciones: La falta de cooordinación entre las Administraciones Públicas en la ordenación territorial y la planificación urbanistica en los entornos de los cursos de agua, la dispersión de competencias en la gestión de los ecosistemas fluviales, el aplazamiento en la gestión directa en los ríos que discurren íntegramente por el interior de Cantabria, la ausencia de criterios multidisciplinares en el tratamiento integral de las cuencas hidrográficas expuestas a una visión exclusivamente ingenieril frente a la dimensión ambiental e hidrológica en los espacios afectados, el fácil recurso a la obra pública de inversiones caras y aparatosas en encauzamientos salvajes, escolleras indiscriminadas –sin valorar los efectos rebote y el aumento de la velocidad de la corriente–, y supresión de los trazados meandriformes –y sin perjuicio de obras menores, más selectivas y dosificadas, más blandas y respetuosas con la dinámica fluvial que atiendan a necesidades muy concretas y sin otra solución posible–, la paralización del proyecto LINDE del Dominio Público Hidraúlico y de Planes de Restauración de Cauces y Riberas, el abandono de testimonios relevantes de las culturas fluviales tradicionales – pequeñas presas, canales, molinos, minicentrales hidroeléctricas, muretes y bolsas, áreas recreativas, zonas de baños, arboledas, vados y paseras…–, cuya rehabilitación, además de otros beneficios, podría contribuir a regular y moderar los negativos efectos de grandes avenidas o crecidas, la falta de consideración de los impactos y el efecto-barrera de carreteras, rellenos, polígonos, urbanizaciones…, sobre el natural discurrir de las aguas en ríos y arroyos, el trazado inadecuado de redes de alcantarillado –mal orientadas, con secciones y luces insuficientes, carentes de sistemas de bloqueo o desdoble en rías y estuarios para contrarrestar la coincidencia de mareas vivas con el aumento de los caudales fluviales…–, la deforestación extrema –o la repoblación con especies inadecuadas– de las formaciones de ribera y los bosques de galería, de la vegetación arbórea, arbustiva y el sotobosque asociados –que carecen, cada vez más, del espesor, densidad, anchura, continuidad y carácter compacto que les definían– pero también en laderas y entornos más alejados que han ido perdiendo capacidad de esponjamiento y humedad ambiental en su doble función de retención de las fuertes precipitaciones o fenómenos de “gota fría”, por un lado, y de garantía de reservas hídricas y protección de manantiales o acuíferos para las épocas de sequía por otro.
Autor: Emilio Carrera. Miembro de Ecologistas en Acción-Cantabria