Los retos planteados por las dos grandes transiciones, la ecológica y la digital –y sobre ésta tendremos ocasión de analizar el carácter interacttivo con la primera– de las que depende el futuro sostenible de este planeta siguen pendientes de definirse en sus contenidos, repercusiones y acuerdos locales, autonómicos, nacionales e internacionales mientras los respectivos gobiernos y las pretendidas oposiciones políticas siguen entreteniéndonos en disputas y debates estériles o distrayendo sus competencias con decisiones ajenas a los fines que deberían priorizarse con urgencia. Retrasos y aplazamientos que agravan cada vez más los problemas pendientes a pesar de los diagnósticos y llamamientos desde mediados del siglo pasado por entidades científicas, sociales y ecológicas para adoptar las medidas preventivas de los peligros para la protección de la biodiversidad, el agotamiento de los recursos, la contaminación por tierra, mar y aire, el caos urbanístico y territorial, o las secuelas del cambio climático en la frecuencia de inundaciones, sequías, tormentas, o deforestación, entre otros impactos.
Por todo ello es lamentable que transcurrido ya más de medio siglo desde esos avisos de entidades y organizaciones, Ayuntamientos, Gobiernos regionales o estatales, o las instituciones europeas o mundiales, hayan permanecido ajenos a políticas ambientales –o envolviéndose en retóricas huecas y propagandísticas sobre sus supuestas sensibilidades ecológicas– con las que evitar o corregir lo que finalmente es la degradación generalizada de los hábitats de todas las especies en la ilusa creencia de poder crecer y explotar los recursos sin límite alguno en un planeta finito por mucho que se haya querido –y algunos potentados siguen empeñados en esa clase de aventuras en vez de orientar sus fortunas hacia otras metas más beneficiosas– explorar otros sistemas solares o planetas deshabitados.
De ahí la importancia cada vez mayor en impregnar las mentalidades colectivas y los movimientos transformadores de planteamientos ecosocialistas y proyectos de decrecimiento que contrarresten las profundas desigualdades en las relaciones humanas y de la propia especie con el medio que le rodea, origen de la feroz competencia en avanzar lo más velozmente hacia el precipicio de la lucha por imponerse a los demás para el acaparamiento de poblaciones, tierras y recursos –y ahí están las guerras como reflejo de estas actitudes–, la carrera armamentistica –con la amenaza nuclear como la culminación disparatada de los argumentos diplomáticos– y las plagas de los nacionalismos y populismos que nos invaden.
Sin embargo, es evidente que la mejora de las condiciones de vida y las garantías de sostenibilidad de las poblaciones humanas y sus cortejos físicos y biológicos deben desmitificar, cuanto antes, la idea del crecimiento indefinido generalizando las racionalización del tráfico de recursos –el comercio de cercanía, los intercambios de proximidad, la austeridad del consumo…–, el control más riguroso y exigente sobre la obsolescencia incorporada por los fabricantes para aumentar las ventas y los gastos de reparaciones; la reconversión ecológica de los procesos industriales con la aplicación obligada del principio de las 5 ERRES –Reemplazar, Reducir, Reutilizar, Reciclar y Recuperar– en el abastecimiento, calidad y uso de las materias primas, y en el tratamiento, neutralización y empleo de los residuos. (y que ahora pretende descubrirse con la llamada “economía circular”). Iniciativas que han de incorporar –y en España han transcurrido ya 6 reformas sin haberse tomado las decisiones adecuadas– la inclusión obligatoria de la asignatura de Educación Ambiental en todos los currículums y niveles educativos –básicos, universitarios, académicos, ingenieriles y científicos– y en las campañas públicas; y la inclusión en todas las normativas territoriales, urbanísticas y residenciales usos y actividades contra la movilidad obligada y que fomente el transporte público, el ahorro y la eficiencia energética –con la obligatoriedad de instalacion de paneles solares–; una Ley de Vivienda que impulse la arquitectura bioclimática en orientaciones, aislamientos e impermeabilizaciones, la dosificación del alumbrado público, la rehabilitación del Patrimonio edificado y las viviendas antiguas; y que evite la dispersión de las tramas urbanas, la invasión de vegas y mieses con vocación agroganadera, forestal o recreativa, la desatención a los micropaisajes, las perspectivas, y el mobiliario urbano, y la desaparición o aclarados excesivos de los bosques de galería y las formaciones de ribera de los ecosistemas fluviales.
Autor: Emilio Carrera. Miembro de Ecologistas en Acción. Apartado 37-Cabezón de la Sal.