Soy de Santander, un STV, amo mi Ciudad, la quiero ver dispuesta, cuidada, competitiva. Me duele todo lo malo que la ocurre.
Santander, sin necesidad de profundizar en muchas derivadas al respecto, era competente, dinámica, el motor de Cantabria y ocupaba un espacio notable en el panorama Nacional, más allá de su importancia cuantitativa.
Esta posición ha experimentado durante los últimos años un deterioro apenas percibido inicialmente, pero que nos coloca ante el espejo de una ciudad que se desangra por el abandono a que la someten quienes tienen las mayores responsabilidades y que en estos años han contribuido con su desempeño a dotar de contenido los principales manuales sobre gestión de la incompetencia.
Quizás uno de los ejemplos más notables sobre incapacidad estratégica y de futuro sea la ausencia de un Plan General de Ordenación Urbana, PGOU, que es algo más que señalar en donde se plantan casas. Se trata del documento base sobre el que se asienta el proyecto y futuro de Ciudad tanto en los ámbitos ciudadanos, como de recreo, comercial, profesional, empresarial y económico. Pues bien, en Santander estamos atascados en ello desde hace años, demostrando una impericia institucional que explica en buena medida el declinar socio-económico de Santander.
Santander que es la Capital de Cantabria y el municipio con mayor número de habitantes está perdiendo población de manera constante, del entorno de los 5.000 habitantes en los últimos años, lo cual lleva a su vez a la pérdida de peso específico en la Comunidad Autónoma. Esta falta de concentración de masa poblacional, profesional y económica lleva, tal como lo reflejan los datos disponibles sobre renta, a la disminución de la misma, así Ribamontán al Mar con 27.187 euros, Santa Cruz de Bezana con 25.653 o Castro Urdiales con prácticamente otros 25.000 euros, superan a un Santander que con 24.300 euros de renta disponible se coloca al miso nivel de Villaescusa, perdiendo el liderazgo que tradicionalmente ostentó y que en comparación con otras Capitales de Provincia estamos en los mismos rangos que puedan tener Burgo o Palencia, ciudades que hasta no hace tanto tiempo superábamos claramente.
¿Cómo hemos llegado a esto …? pues básicamente por una concatenación de actuaciones en donde Santander ha ido perdiendo pulso en sus activos, además el mencionado PGOU que deja las posibilidades de implantación empresarial en los limbos burocráticos, el Festival Internacional de Santander se muestra incapaz de atraer a nadie con sus programaciones tipo «Fiesta de la vendimia» o con la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, cuyo atractivo se ha quedado más triste que la imagen del equipo rectoral que contractualmente la dirige.
También tienen su aquel los proyectos anunciados con gran alharaca, caso del Banco de España, que sigue esperando que el Archivo Lafuente y el Reina Sofía sean una realidad para acompañar la oferta y posibilidades santanderinas en lugar de un edificio cerrado sin utilidad, o la incuria en la que se encuentra el Museo Municipal, que después de un indignante incendio continúa cerrado cuatro años después, a lo que además tenemos que sumar la calamidad que se ha apoderado de las playas de Santander, uno de los recursos más determinantes de la oferta turística que tiene la Ciudad y que está sufriendo una acción política pedánea, afectando a un sector que aporta del entorno del 12 % del Producto Interior Bruto.
No son estas las únicas calamidades que la Capital de Cantabria está tolerando : La Machina, acotada entre la Grúa de Piedra y el Palacete a causa de fallos estructurales sigue sin resolverse, la zona portuaria del Pesquero inacabada, con un lamentable estado crepuscular que desanima al santanderinos más entusiasta.
No son estos los únicos problemas de Santander, son más. Se continúa con una política vetusta aferrada al estilo caciquil de contratación años 70, los de la chapucilla sin más visión que la obruca del momento, la que permite que los contratistas te «chuleen» y se tenga descuidado y sucio el casco urbano y con ocurrencias que llevan a proponer horteradas como la del espigón de Puerto Chico o ponerse muy «cool» con los carriles bici que fastidian la vida de los automovilistas junto con otras melonadas que producen bochorno. Esta es toda la visión de futuro que se tiene.
Mientras tanto seguiremos languideciendo, disminuyendo población, renta, envejeciendo la Ciudad y perdiendo atractivo para personas y empresas. Todo ello sigilosamente, sin desastres aparentes, ensimismados en una belleza natural cada vez más degradada, con unos gobernantes que no saben que hacer con Santander, la en otros tiempos orgullosa Ciudad del Norte de España Capital de la Comunidad Autónoma de Cantabria.
Autor: Alfonso del Amo-Benaite. Consultor de Mercados & Marketing.