El próximo 23 de septiembre a las 12.00 horas, la Delegación de Cantabria y Castilla-León de la Real Liga Naval Española organiza los actos de reconocimiento al héroe Luis Vicente de Velasco en la plaza del Ayuntamiento de Meruelo https://meruelo.es/
Con la presencia de autoridades civiles y militares, se realizará la entrega de la corona de laurel a los pies de la estatua, con alocuciones de las autoridades invitadas. Posteriormente el Ayuntamiento de Meruelo ofrecerá un vino español a todos los asistentes.
Luis Vicente de Velasco e Isla, Noja (Cantabria), 9.II.1711 baut. – La Habana (Cuba), 31.VII.1762. Marino.
La primera fecha de la vida de Luis Vicente de Velasco e Isla de la que se tiene constancia cierta es la de su bautismo, que tuvo lugar el 9 de febrero de 1711 en la iglesia parroquial de San Pedro, de su villa natal, Noja. Hijo de Pedro de Velasco Castillo, caballero de la Orden de Santiago, y de María Antonia de Isla, ambos descendientes de familias de alta alcurnia. Entre los ascendientes de su padre figuran algunos Velasco que fueron protagonistas de importantes hechos de nuestra historia, y habían llegado a ser condestables de Castilla y duques de Frías. El apellido de su madre lo heredaron gentes importantes, como José de Isla, conde de Isla Fernández, que llegó a ser senador del Reino en la segunda mitad del siglo XIX.
Apenas se conservan recuerdos de su niñez y adolescencia. Se sabe que era de fuerte temperamento, y que sintiendo una gran inclinación hacia la Marina sentó plaza de guardia marina a los quince años de edad (1726). Recibió su bautismo de fuego en 1727, en el sitio que España puso para intentar la toma de Gibraltar.
Más tarde participó en la reconquista de Orán (1732), al estar destinado en la escuadra del teniente general Francisco Cornejo, que llevó a la toma de la plaza al ejército del duque de Montemar. También tomó parte en campañas contra los piratas berberiscos, prestó diversos servicios en el Mediterráneo y por aguas de América, y realizó varios viajes entre América y la Península. Y mientras tanto ascendió en los grados inferiores de su carrera, desde alférez de fragata a teniente de navío.
Al romperse las hostilidades con Inglaterra (1739), Velasco ya era teniente de navío, y en la primera parte de aquella guerra estuvo envuelto en algunos encuentros con los ingleses en el Mediterráneo, donde participó en transportes de tropas a Italia. Ascendió a capitán de fragata hacia 1741. Al mando de una fragata pasó al Nuevo Mundo como parte de los refuerzos enviados a las Antillas y América (principios de 1742), y realizó varios cruceros entre La Habana y Veracruz.
En uno de aquellos viajes, cuando realizaba patrullas entre Veracruz y Matanzas (junio de 1742), se encontró con una fragata inglesa de mayor porte y fortaleza que la suya, a la que seguía de lejos un bergantín también inglés, que trataba de acercarse a la fragata, pero el escaso viento se lo impedía. Aunque su barco era de sólo treinta cañones, Velasco calculó que podía apresar la fragata inglesa antes de que el bergantín estuviera en posición de ayudarla, por lo que de forma decidida le presentó una banda y abrió un nutrido fuego. Trató de acercarse a la fragata inglesa, pero el escaso viento se lo impidió, por lo que el cañoneo duró más de dos horas, hasta que Velasco se pudo abarloar y se lanzó al abordaje al frente de su gente. La fragata se rindió antes de que llegara el bergantín, en cuya persecución se lanzó Velasco tan pronto como tuvo asegurada la primera presa. El bergantín fue alcanzado por dos impactos a la altura de la flotación y también se rindió.
Velasco entró en La Habana con sus presas (los dos barcos y un número de prisioneros que casi doblaba al de su dotación), y fue recibido por la población con gran júbilo. Más adelante, al mando de la división de jabeques de la costa norte de Cuba, apresó al abordaje otro buque de guerra inglés de treinta y seis cañones (1746). Cuando se firmó la paz con Inglaterra, Velasco realizó diversos viajes entre Europa y América, integrado en las escuadras de los generales Benito Spinola y Andrés Reggio.
Ascendió a capitán de navío (1754) y tomó el mando del navío Reina. Realizó un viaje de Veracruz a Cádiz (1761) con el teniente general Blas de la Barreda a bordo, y después de efectuar un recorrido de su barco en la Carraca, regresó con el Reina a La Habana (principios de 1762).
Velasco se encontraba con su barco en La Habana, integrado en la escuadra de Gutiérrez de Hevia, marqués del Real Transporte (1762), cuando se produjo el ataque inglés a la plaza. Dicho ataque fue realizado por una fuerza expedicionaria mandada por el almirante Pocock, con un cuerpo de desembarco mandado por Albermarle, y el apoyo de la escuadra del Caribe mandada por el comodoro Keppel. Estaba compuesta por veintitrés navíos de línea, quince fragatas, nueve avisos, tres brulotes, tres bombardas, numerosas embarcaciones de menor porte, y unos ciento cuarenta transportes con tropas, que en total sumaban unos veinte mil hombres bien armados y pertrechados.
Las fuerzas españolas en el apostadero de La Habana estaban formadas por ocho navíos de línea y seis fragatas (había otros cuatro navíos, de los que dos estaban en obras, y los otros dos estaban recién botados, y todavía no tenían armamento ni dotación), además de una guarnición bastante reducida.
Los barcos ingleses aparecieron a la vista del apostadero en la madrugada del 6 de junio, al estar a unas doce millas de La Habana. Cuando el ataque parecía inminente, Juan de Prado, capitán general de Cuba, convocó a la Junta de Defensa, que decidió obstruir la canal de entrada del puerto barrenando tres navíos, dejó el resto de la flota dentro del puerto, y reforzó los puestos de tierra con las dotaciones de los barcos.
Uno de los puntos clave de la defensa del apostadero era el castillo del Morro (también llamado “de los Tres Reyes”), situado en la orilla norte de la bocana del puerto, artillado con sesenta y cuatro cañones de bronce y algunos de hierro, al que fue destacado como gobernador el capitán de navío Luis de Velasco, en un principio con una guarnición de unos setecientos hombres (trescientos soldados de línea, cincuenta de Marina, cincuenta de Artillería y trescientos gastadores).
A otros castillos fueron destacados comandantes de los restantes buques surtos en puerto. También se estableció una fortificación en el alto de La Cabaña, un cerro que dominaba el Morro, y que por aquellos tiempos no estaba fortificado.
El primer desembarco inglés se produjo al este de la boca del puerto (día 7), en Bacuranao y Cojimar.
Eran unos ocho mil hombres, que progresaron por tierra apoyados por el fuego de sus barcos, y atacaron y tomaron la Cabaña (11 de junio). Pero en lugar de intentar la toma de La Habana, uno de sus primeros objetivos fue el castillo del Morro, cuyo bombardeo, llevado a cabo por navíos, bombardas, y artillería de campaña ya desembarcada, comenzó el 11 de junio y se iba a prolongar hasta el 30 de julio. Al poco tiempo, los ingleses empezaron a formar las primeras paralelas contra el castillo (13 de junio). Mientras tanto, Luis de Velasco, que había macizado el portón principal del castillo y no había dejado con el exterior más comunicación que la marítima (se abastecía por pescantes y escalas desde la muralla), constantemente rechazó los fuegos enemigos, aunque algunos llegaron a causar serios daños, como la destrucción de su almacén principal el 23 de junio. También efectuó arriesgadas salidas para hostigar a los asaltantes, aunque poco podía hacer el ataque de un destacamento de unos seiscientos hombres contra más de seis mil enemigos perfectamente atrincherados.
El bombardeo del Morro se intensificó el 1 de julio con el fuego de cuatro navíos de línea, que se aproximaron todo lo que su calado les permitió. Pero los españoles se defendieron bravamente con sus cañones, y llegaron a causar serios daños a los barcos atacantes.
Fue un terrible combate de treinta cañones de la banda del mar del castillo, contra un total de ciento cuarenta y tres cañones por cada banda de los barcos atacantes, en el que Velasco se multiplicó para acudir a los lugares más comprometidos. La gente de la ciudad no creía que el castillo pudiera resistir, y los británicos se asombraban de que los defensores no izaran bandera blanca.
El navío de tres puentes y ochenta cañones Cambridge, que fue el que más se aproximó, fue desarbolado, su comandante resultó muerto, la mitad de la dotación quedó fuera de combate, y se hubiera hundido si no lo llega a tomar a remolque y alejar de la línea de fuego el navío de ochenta cañones Marlborough. El navío Dragón, de sesenta cañones, también resultó muy averiado, aunque con su fuego logró desmontar varias piezas de artillería del Morro. En tanto que el navío Stirling Castle, de setenta cañones, se alejó del alcance de las baterías del castillo, lo que costó a su comandante —que era el más antiguo de los cuatro— la separación del servicio. Fue un combate que duró seis horas, en el que los ingleses tuvieron ciento setenta muertos y muchos heridos, en tanto que los españoles tuvieron ciento treinta bajas (unos cuarenta y cuatro muertos y el resto heridos). Al mismo tiempo, los defensores tuvieron que repeler fuertes ataques por tierra.
Los combates continuaron, las reparaciones del castillo se efectuaron con toda rapidez en cuanto se producían, y la actividad era frenética. Cuando Velasco llevaba unos treinta y siete días casi sin dormir ni cambiarse de ropa, sufrió una fuerte contusión en la espalda (14 de julio). Recibió la orden terminante del marqués del Real Transporte de retirarse a la plaza para descansar y recuperarse, lo que cumplió el día 15, en que se retiró con el capitán de fragata Ignacio Ponce y el sargento mayor de la fortaleza Montes. Fueron sustituidos por Francisco de Medina, comandante del navío Infante, y Diego de Argote, comandante de la fragata Venganza.
Los ingleses comenzaron a batir desde tierra las baterías del Morro de la banda del mar con cañones ubicados al otro lado de la bahía, y al ver que la defensa del castillo empezaba a debilitarse y que Montes se reintegraba a su puesto, Velasco volvió al Morro el día 24, acompañándole como segundo el capitán de navío comandante del navío Aquilón, marqués Vicente González-Valor. La guarnición celebró con gran entusiasmo su regreso. Mientras tanto, los ingleses habían realizado trabajos de minado para tratar de volar los muros del castillo y proceder a su asalto, y el día 29 lograron tener lista una mina. Al mismo tiempo reforzaron sus posiciones en tierra con nuevos desembarcos. Los defensores, por su parte, consideraron innecesarios los trabajos de contramina —para los que no tenían ni medios ni tiempo—, porque confiaban en la robustez de la roca sobre la que se levantaba el castillo, a la que consideraban imperforable.
Velasco efectuó consulta a la plaza, preguntando si evacuaba el castillo para reforzar con su gente la defensa de la ciudad, pero no obtuvo respuesta y continuó en su puesto. Hacia el mediodía del 30 de julio, tras pasar una inspección a diferentes obras de reparación del castillo, se retiró a almorzar en compañía de González-Valor. Sobre la una y media de la tarde se oyó una explosión sorda, muy diferente de las producidas por los disparos de los cañones. Era la explosión de la mina preparada el día anterior, que abrió un boquete en el muro por el que entraron los primeros ingleses.
Dada la voz de alarma, el capitán de navío Velasco salió sable en mano seguido por otros oficiales, soldados y marineros, dando sablazos y haciendo fuego contra los ingleses, hasta que cayó herido de un balazo en el pecho.
Pidió a su segundo que no abandonase la bandera, y González-Valor fue a defenderla cuando cayó mortalmente herido, y le siguieron otros que también cayeron muertos o heridos. Los defensores se vieron superados por los asaltantes, Montes también fue herido, y al final se izó bandera blanca. El castillo cayó en manos inglesas tras mes y medio de combates, en los que murieron más de mil sitiados, y bastante más de tres mil sitiadores.
Durante aquel tiempo, sobre el recinto amurallado llegaron a caer más de veinte mil bombas y proyectiles.
Cuando los ingleses llegaron a la sala de armas del castillo donde Velasco estaba siendo curado, le saludaron con todo respeto y le preguntaron si quería ser atendido por los mejores cirujanos del campamento inglés o prefería ser atendido por los médicos españoles de la plaza, y él eligió la segunda opción. Sobre las seis de la tarde de aquel día se estableció una tregua, y Velasco y Montes fueron llevados en falúa a la plaza, acompañados por un ayudante de campo de Albermarle.
Las heridas tanto de Velasco como de Montes en principio no parecían graves (Montes llegó a curarse). La herida de Velasco había sido en el busto, por un costado, y no había afectado ningún órgano vital, pero la bala no había salido y fue necesario extraerla.
Se practicó la operación sin demora. Velasco resistió de forma estoica, pero la fiebre fue en aumento, se produjo una infección de tétanos y falleció al día siguiente (31 de julio) rodeado de sus superiores, camaradas y amigos. Ambos ejércitos, sitiador y sitiado, suspendieron sus fuegos aquel día en tributo a la muerte de un valiente. Velasco fue enterrado al día siguiente (1 de agosto) en el convento de San Francisco, con toda la solemnidad que fue posible.
Al dar cuenta a su Gobierno de lo ocurrido, lord Albermarle, en referencia a Velasco le llamó “El Capitán más bravo del Rey Católico”. Y el marqués del Real Transporte decía en su parte que, al ver la ejemplar muerte de Velasco, “toda la oficialidad, guarnición, tripulación, obraron todos con tanto desprecio de la vida como tuvieron de ambición a dar un glorioso día a las armas del Rey”.
Luis Vicente de Velasco fue un hombre valiente, como lo demostró a lo largo de su carrera, y sobre todo en la defensa del Morro que le costó la vida. Fue también un hombre trabajador y sacrificado, querido por su gente como se vio en los recibimientos que se le dispensaron al regreso de alguna de sus comisiones o al reincorporarse al Morro el 24 de julio. Por otra parte, los informes y partes, objetivos y precisos, escritos por Velasco durante la defensa del Morro, en ocasiones muy escuetos, descubren una personalidad realista, serena, sencilla y templada, como es el caso del escrito el 26 de junio dirigido al marqués del Real Transporte, que decía: “Muy Señor mío: Quedo reconocidísimo a la fineza de V.S. por la remisión de los 88 hombres de mar, que hoy más que nunca se hacen precisos para el manejo de la artillería, si el diluvio de bombas, en que V.S. habrá reparado, no nos la desmonta”.
Para perpetuar el recuerdo de Velasco y de su hazaña, la Academia de San Fernando organizó certámenes, y acuñó una medalla en la que aparecían las efigies de Velasco y González-Valor. Carlos III mandó levantar una estatua dedicada a Velasco en Meruelo, cerca de Noja, y concedió a sus sucesores el marquesado de Velasco del Morro —con lo que quedaban unidos el nombre del castillo y el apellido de su defensor—, al que iba unida una pensión anual de veinte mil reales. El título recayó en Íñigo José de Velasco, hermano de Luis Vicente, que había muerto soltero. También se dispuso que el nombre de Velasco fuera dado a algún navío de la Armada.
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Fuente: Real Academia de la Historia.