Subvertir es, según la RAE, trastornar o alterar algo, en especial el orden establecido, también el orden moral.
Los procesos subversivos, en política, tienen como finalidad cambiar el Poder existente por otro que sea afín a los intereses de los que proponen y conducen aquellos. Un grupo de activistas establecen estrategias, planes y objetivos consecuentes, así como un Consejo Director que los conduce y guía en el trayecto hasta la meta, que es el poder mismo de un Estado o de un colectivo determinado.
Es posible, en el mundo empresarial, en la Sociedad Civil, en las colectividades organizadas, etc, emprender acciones colectivas para cambiar el rumbo de dichos mundos parciales, aunque el término subversión se relaciona íntimamente con la reversión del Estado, hacia otro modelo diferente, distinto del que es subvertido, y en ocasiones aparece la violencia para acelerar el proceso o como consecuencia del mismo; los tiempos empleados son muy variables, desde los procesos lentos y profundos, como el llevado a cabo por Mao Zedong, en su “Larga Marcha”, este con violencia expresa, hasta instaurar en China el sistema de partido único comunista actual, o rápidos como los frecuentes del siglo XIX y XX, en especial en Hispanoamérica, Africa , Oriente Próximo, y alguno en Europa, los Golpes de Estado, más conocidos como procesos involucionistas.
Las grandes revoluciones que han marcado el devenir de potencias, que después se harían grandes países, han sido procesos de gran duración que a menudo han traído consigo largos periodos de inestabilidad, hasta consolidar la nueva situación, con vaivenes, a veces, que revertían los procesos a su punto inicial. En algunos casos, como en el Gran Bretaña, su proceso revolucionario, situado sobre la eterna cuestión de la prevalencia del Parlamento sobre el Soberano, costó la vida a la máxima magistratura, lo fue en el caso de Carlos I de Inglaterra, ajusticiado 1649, no sin antes indicar, como advertencia a su hijo, el Príncipe de Gales, “He observado que el demonio de la rebelión se disfraza, con frecuencia , de ángel de la Reforma, tanto unos como otros comparten un objetivo común, que no es otro que desplazar a la clase dirigente en su conjunto, los primeros, y a la clase política, en su sentido estricto, los segundos”
Después de una sangrienta guerra civil que se repetiría más tarde ,se produciría la dictadura de Oliverio Cromwell, para una vez pasado ese comprometido periodo y restaurada la Monarquía emprender una singladura favorable que tendría sus máximos beneficios en el reinado de la Reina Victoria, en el XIX. En Francia, es evidente que después de un periodo de absolutismo profundo, con Luis XIV, y de un Siglo de Luces, con poderosos renovadores del pensamiento colectivo, y del uso de la razón en lugar de la inercia de las costumbres como base de lo público, cayera también ajusticiado el Soberano, después de 10 años de Revolución, que ha marcado el pensamiento general, así como el horror y banalidad de estos procesos, pues en este caso dio lugar a la dictadura de Napoleón y a la gran reestructuración de Europa, desorganizando el orden “wesfaliano”, para después de un periodo Imperial ,repetido y problemático, alcanzar la República; hoy día la Constitución vigente en Francia prohíbe, sólidamente, cambiar ese régimen republicano.
Rusia no es ajena a estos cambios que generan los procesos subversivos, y que terminan con su Soberano, por la vía de su ajusticiamiento como si eliminando físicamente al responsable del Antiguo Régimen, y a toda su descendencia y parentela, se eliminara de raíz todos los problemas de la colectividad que engloba el Estado. La Revolución de Octubre, muy influida por el devenir de la I GM, la inteligencia alemana en torno a la figura de Lenin, y un proceso subversivo amplio en la enseñanza de sus etapas fundamentales, encabezado por líderes crueles, caídos en desgracia sucesivamente , lo que recuerda al tránsito de la Revolución Francesa, con la banalización de la muerte y la exhibición sistemática de la mentira hacia los que realmente necesitaban los cambios, consolidó un sistema, el comunista, cuyos efluvios dictatoriales todavía se dejan sentir en Europa y en el Mundo.
En Estados Unidos, el germen de la Revolución francesa, exportado “ingenuamente” por el apoyo indirecto de Francia a las colonias británicas en América del Norte y por la repetición del error del Rey inglés, al reclamar impuestos que los nuevos americanos no habían votado en sus parlamentos, condujeron a la Guerra de la Independencia y al nacimiento de unos potentes Estados Unidos, no sin antes decantar una Guerra Civil, de Secesión, que todavía refleja sus ecos en la actualidad.
Ni que decir tiene que estos son los casos grandes, los más representativos, aquellos en los que la violencia ha sido una herramienta fundamental del proceso subversivo, hasta el punto de llegar los tres primeros a ajusticiar a su Rey, fin buscado en todo caso no tanto por los procesos subversivos estándares, en sí mismos, como por alguna facción ideológica que los integra y que en un momento determinado se considera líder del proceso, por su fortaleza o por la debilidad de los compañeros de viaje del proceso.
En España, según los estudiosos de estos aspectos, como José Miguel Ortí Bordás, que analizan los periódicos históricos, en especial los relativos a los cambios de régimen en los Siglos XIX a XXI, y concluyen que nuestro país “es anormalmente no revolucionario, políticamente tardígrado y sustancialmente gubernamental; nos falta la cordial efusión del combatiente y nos sobra la arisca soberbia del triunfante”. En España, añade, “no queremos luchar, solo queremos vencer”.
Pero es evidente que desde la Revolución Francesa, que dejó dejó su rastro y su ordenamiento napoleónico, a pesar de la derrota de Emperador en España, el devenir ha sido problemático en la relación de la población con sus regidores, siendo los diferentes sistemas políticos los mecanismos de mediación entre unos y otros; 7 constituciones desde 1812, más de 70 gobiernos posibles y 5”pronunciamientos”, dispositivos de iniciación y activación, los llamaríamos así por sus consecuencias, varias guerras civiles, repúblicas, destronamientos y restauraciones regias, jalonan unos procesos subversivos que si bien se generan de la forma habitual no terminan en la buscada revolución, esta se anhela desde el poder posible y se promueve desde las más altas magistraturas del proceso, pero no consolidan la desaparición física del Soberano, quizás por la astucia de estos, para percibir la peligrosa situación, o por la idiosincrasia española más dulcificada en estos aspectos que en los vecinos del Norte y mundo anglosajón.
Existe otra tipología, que tiene sus ramificaciones internacionales, o proviene de ella, en Hispanoamérica fundamentalmente, la denominaremos Subversión Inversa, pues una vez alcanzada la cumbre por los nuevos regidores, por procedimientos varios, el cambio se produce de arriba abajo, y no es simplemente política, dirigida al bienestar del pueblo, como reza el origen natural de esta actividad a veces necesaria, sino reconversión, ideología y modificación del funcionamiento y relación de los Poderes Fundamentales.
En España, en los últimos dos siglos, ha habido de todo, desde la contaminación masónica de parte del Ejército que dio alas a los liberales para que el pronunciamiento del Teniente Coronel Riego y después del Almirante Topete, alentaran el cambio liberal de la Monarquía malhadada de Fernando VII e impidieran, con su conexión internacional, el embarque de las Tropas que pretendían sofocar las rebeliones americanas, pasando por la Regencia de María Cristina, y su política de mantenimiento de los derechos de Isabel, lo que provocó cuatro guerras civiles, hasta ”La Gloriosa” más generalizada cuyo proceso subversivo llega a todas las capas sociales, además de a las dirigentes que la provocaron, y logran poner fin al difuso reinado de Isabel II, mediante una revolución política, no social, que no culmina con la desaparición de la Monarquía, sino del Monarca que se exilia, y los españoles, sin demasiados espasmos, esperan un nuevo Soberano, en este caso cribado entre los candidatos internacionales. Amadeo de Saboya deja España abrumado por la polémica entre conservadores y liberales, aderezada con problemas de menor entidad, como la disolución del Cuerpo de Artillería; de ahí a la I República hubo solo un paso, sin ninguna oposición se constituyó, con cierta astucia parlamentaria, prácticamente como la segunda, sin ningún obstáculo apreciable ni consulta precisa, sino una mera interpretación de los que estaban organizados para el cambio, y con ella la disputa territorial, federalista y cantonal, destruyendo el último vestigio de la Gloriosa.
De nuevo, tras el desastre territorial, nuevo ciclo subversivo con el apoyo de un nuevo pronunciamiento, práctica política para abrir y cerrar los procesos en su fase definitiva, y la Restauración de los Borbones, sin que ninguna revolución acompañara a tanto cambio, dejando únicamente la sensación de una revolución abortada. Una vez más, tras incidentes, guerras y pérdidas importantes exteriores, se producen preparaciones revolucionarias como la del año 1917, en la que los parlamentarios comprometidos se reúnen en Barcelona y junto con una huelga general ensayan el término de la Monarquía, quizás enardecidos por los sucesos en Rusia. La Dictadura de Primo de Rivera, bien considerada por socialistas, cuyo dirigente Largo Caballero ocupa un alto cargo en la misma, sería el último intento de evitar la caída del régimen.
El Pacto de San Sebastián es quizás lo más cercano a lo que podría ser un ensayo revolucionario, de preparación minuciosa, con apoyo de los intelectuales, de lo que posteriormente sería el Gobierno Provisional de la II República, y el advenimiento de esta, como sucedió posteriormente, con el recurso del típico apoyo militar que se acostumbraba en el XIX, en este caso algo descoordinado con su componente civil, la rebelión militar de Jaca, que costó la vida a los dos Oficiales sublevados, a pesar de los avisos de Casares Quiroga, enviado a Huesca para su retardo.
Como sucediera en la sucesión del reinado de Amadeo de Saboya, con la llegada de la I República, la II llega con un régimen muy debilitado, con un Monarca prácticamente agotado en recursos políticos y con un proceso subversivo en frente muy elaborado desde hacía años; solo hizo falta en unas elecciones municipales, inoportunamente convocadas, lentas en el recuento de los votos, por los medios de la época, recabar los de las grandes ciudades, de mayoría para los partidos republicanos, para proclamar la República en una acción de oportunidad, aunque el resultado final diera la mayoría nacional a los monárquicos; de nuevo la preparación de la subversión y la oportunidad, unidos a la debilidad de sus dirigentes desplazados, se produce la conquista del Poder, sin revolución ni violencia inmediatas, aceptada por una población, y por el Ejército, como venía haciéndolo en todo el siglo XIX; la citada II República nunca fue refrendada por el procedimiento directo ad hoc, solo proclamada; curiosamente, en los inicios enardecidos de la II República, se tocaba la Marsellesa en las ceremonias oficiales, más tarde el Himno de Riego.
La Transición, con su pieza legal fundamental, la Constitución de 1978, fin de una larga dictadura, lejos de constituir un proceso subversivo, se realiza “desde la ley a la ley”, se apoya en un referéndum constitucional con una participación de más del 90% de votantes, y se admira nacional e internacionalmente por la forma de llevarse a cabo, en el fondo se trata de la II Restauración, sin acontecimientos litigiosos inmediatos.
Pasados los años, y con el advenimiento de último Gobierno en España, se vienen produciendo políticas que coinciden con dos procesos subversivos importantes, aunque regionales, el vasco y el catalán, estos dos últimos muy estándares, de tipo secesionista, que no consiguen sus fines, por el momento; el primero tras una actuación armada insurgente, aparentemente contra la Dictadura, que prosiguió hasta bien entrada la década de los 2000, cuando los terroristas alcanzaron su representación parlamentaria, con un cierto apoyo gubernamental y confort económico, agotadas sus posibilidades combativas internas, de enorme violencia, por los éxitos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y Servicio de Inteligencia Nacional, e internacionales por la reacciones, tardías, de sus zonas de refugio habituales. En el segundo, perfectamente preparado, siguiendo los pasos metodológicos de estos procesos, al borde de la utilización de la violencia, con la proclamación esporádica de la República Catalana, efímera, fue abortado por el Estado y su Constitución, dejándolo latente.
Lo que se está produciendo, al menos por sus efectos, es un proceso subversivo inverso a nivel nacional, cuyo modelo se ha citado anteriormente, en especial protagonizado por las políticas de alianzas de izquierda y extrema izquierda que llegan al Gobierno en la última legislatura, con sus vinculaciones electoralistas, de alguna forma antiguas, con los partidos secesionistas. Esto, que en estos procesos históricos hemos contemplado, partiendo de una base social, o de sus líderes, actuando con una finalidad de conquista del Poder, se produce aquí desde el propio poder, o desde parte de él, desde el Ejecutivo, no tanto para alcanzarlo, obviamente, sino para modificarlo.
No solamente no se anulan políticamente los efectos públicos de los procesos subversivos vasco y catalán sino que se les refuerza de alguna forma, con medidas activas que han conseguido hacer avanzar a sus sucursales políticas, sus complejos de apoyo, que lejos de promover un arrepentimiento de los crímenes y sobresaltos políticos cometidos, y promover la resolución de los pendientes, alcanzan un predicamento político continuista de cierta entidad.
En el caso catalán, se desactivan también, al parecer, los mecanismos de monitorización de los servicios de inteligencia, transgrediendo sus mandatos legales, al menos aparentemente; se des tipifica el delito por la que fueron condenados los responsables de “la conquista del poder autonómico” y se les indulta, a pesar de su declaración pública de futura reincidencia, se permiten ofensas de protocolo a la máxima Magistratura del Estado, a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y se negocia, parlamentariamente, con los impulsores del golpe de estado.
Por si esto fuera poco, a nivel nacional, los “Tres Poderes” tienden a confundirse, se mimetizan, influidos por una misma opción política. La Justicia, en sus versiones Fiscalía y Tribunal Constitucional, que atienden, aparentemente, a solo a una parte del espectro político, manteniéndose el litigio para la renovación del Consejo del Poder Judicial, no atendiendo a las recomendaciones de la Justicia de la Unión Europea; el Ejecutivo con sus medidas y faltas de pactos de Estado sobre asuntos cruciales con la Oposición, las iniciativas legales controvertidas, con influencia de sus socios en el Gobierno y electorales, de tendencias comunista y separatista, etc; el Legislativo, inerte en la confrontación constructiva, sede de combates dialécticos sin sentido, y la ausencia de leyes consensuadas e información en los asuntos de Estado, conforman un panorama que si no es casual es suicida, pues todo parece indicar que, desde el Poder, se promueve un proceso subversivo inverso, en la manera que este artículo lo dibuja históricamente, pero eficaz, pacífico sin embargo, esbozando una desaparición del espíritu de la Transición, ultimo consenso refrendado y unánime en España, por todo tipo de opciones de pensamiento ideológico, con ligerísimas excepciones.
Autor: Ricardo Martínez Isidoro / General de División. Rdo. y Escritor / JULIO 2023
Imagen: Obra de Francisco de Goya al Rey Fernando VII, encargada por el Ayuntamiento de Santander. Mide 205 x 123 cm, presenta a un Fernando VII que aparece de cuerpo entero con el uniforme de Coronel de Guardia de Corps, con fajín rojo a la cintura, banda de la Orden de Carlos III, varias condecoraciones y el sable reglamentario.