Malthus publicó anónimamente en 1798 el libro «Ensayo sobre el principio de la población», proponía. en el mismo controlar la natalidad, pues «los recursos de la tierra no serán suficientes para alimentar a la creciente población», ello fue escrito en unos años en donde la población mundial era de 1.000 millones, ahora somos 8.000 millones de personas.
¿Y qué ha ocurrido doscientos años después? Pues que la esperanza de vida es mayor, que la mortalidad infantil es menor, que la alfabetización se ha universalizado y la producción alimentaria creció más que la población.
Las previsiones de Malthus se han revelado erróneas con el paso del tiempo, aunque tozudamente el espíritu se mantiene a pesar del tiempo pasado, los maltusianos contemporáneos se vuelcan sobre el miedo y la cobardía ante el futuro dedicándose a defender el decrecimiento, si, han leído bien, decrecimiento porque dicen que esto lleva camino de acabarse.
Ante la evidencia de mejora en las condiciones de vida de la gente aparecen los defensores del «decrecimiento», teoría que enmascara bajo la protección del planeta que no se pueden consumir tantos recursos, esta es la música, la letra es otra muy preocupante, lo que se esconde detrás de estos socio conscientes del bien común, el ecologismo y bla, bla, bla … es que no pueden soportar que la evolución positiva experimentada por la humanidad se debe a sistemas capitalistas y la libre iniciativa. Cuando los sistemas son otros su estado natural es el silencio y mirar a otro lado, es palmario que nada han dicho sobre catástrofes planetarias como la desaparición del Mar de Aral. la monstruosidad medio ambiental producida en China a cuenta de la Presa de las Tres Gargantas o la desertización galopante en los cultivos del camarada Fidel en Vuelta Abajo.
Ahora los Malthusianos contemporáneos se vuelcan sobre su cobardía para afrontar el futuro por sus propios medios, siempre gimoteando y reclamando al Estado que les resuelva la vida, siempre que paguen los demás, con líderes fuertes ( peligro ) que les guíen y en quien confiar, pobre ilusos que quieren confiar en los gobernantes. Todo ello mientras estos defensores del decrecimiento sostienen que todo está muy mal, que los recursos se agotan, que no puede crecerse siempre, todo ello bajo el amparo estructural e ideológico de la Agenda 2030 perjeñada por burócratas sin legilitimidad democrática alguna.
Frente a esta irresponsable, malvada o ambas cosas, tendencia hay que responder que hay que crecer y además es bueno que así sea. Se trata de un proceso global que significa avance general que ha acelerado el progreso más rápido de la historia , demostrando a pesar de los meapilas del buenísmo, que la globalización y el comercio pueden salvar a los países pobres de estar destinados únicamente a producir materias primas, prosperarán primero y salvarán mejor sus territorios gracias a su relación con las naciones líderes, sumándose a la tendencia de utilizar más tiempo y en mejores condiciones el medio natural garantizando mejor productividad, mejor trato de los recursos y mejores oportunidades para ellos, lo mismo que para las próximas generaciones, para lo cual necesitan crecimiento económico constante y que no se arruinen los aparatos productivos rodeándoles de normas que acaben estrangulándoles.
Llegados a esta situación hay que preguntar a que están dispuestos a renunciar estos nuevos maltusianos , que avances y descubrimientos científicos son los que deben limitarse en función de ese decrecimiento que propugnan, ¿a cuántas personas hay que mandar al paro? En fin, esta es su chatarra ideológica que sorprendentemente encuentra seguidores y medios papanatas dispuestos a airear este disparate.
Autor: Alfonso del Amo-Benaite. Consultor de Mercados & Marketing.