A mediados del siglo XIX es cuando Santander anuncia por primera vez en periódicos los baños de mar, llamados entonces «Baños de ola». El reclamo tenía las playas de la ciudad como objeto principal de lo que ahora llamamos estrategia de comunicación.
Hoy, siglo y medio después, las playas de la Capital continúan siendo el principal activo turístico disponible, un sector cuya aportación al PIB puede cifrarse tranquilamente entre el 12 / 13 %. Pero no es solamente el turismo, que dada su importancia ya sería suficiente, las playas de Santander son algo que los STV contemplamos mayoritariamente como propias, que se quieren y además se disfrutan en cuanto el tiempo lo permite. Algunos lo hacen aunque el tiempo se ponga terco.
Sorprendentemente este activo no se está cuidando como su importancia hace acreedor, se ignora la razón de este abandono, tal vez por incompetencia, por ignorancia o por ambas cosas a la vez. Pero es incomprensible. Sin pretender ser exhaustivo se observa el penoso estado de los arenales de la Capital, no solo durante el invierno, también en pleno verano cuando más se tiene que pulir la oferta. El Sardinero, en la Concha, como la Primera o la Segunda colmadas de pintadas que no se eliminan , las barandillas ya sea en los bajos del Rhin (ya sé que ahora tiene otro nombre) como las que bordean los paseos se encuentran en mal estado, además está el Rema sin saber que destino tendrá, mientras que en la Magdalena tenemos ese horrible esqueleto a medio derribar del decrépito balneario o las escaleras rotas en el tramo que lleva a los peligros, la cual padece un desplazamiento muy preocupante de arena hasta la «rampla de la Fenómeno», ello sin mencionar el aspecto sucio y descuidado que lucen.
Otro peligro que se cierne sobre el entorno de las playas es la anunciada remodelación de Piquío, que vistos los antecedentes de la horterez perpetrada en la Plaza de Italia es para tener inquietud, igual que desasosiego y malestar entre muchos usuarios de las playas, causan las tribus playeras los perros y los artilugios con los Chichos a toda pastilla. Para esto no hay prevención ni presencia de las autoridades, ni para supervisar los abusos que toda clase de toldos, escuelas de surf, actividades anexas , niños berreando y salpicando arena soportan los usuarios de los arenales santanderinos, que han acabado convirtiendo el disfrute de los mismo en algo manos satisfactorio y por ende perdiendo competitividad el conjunto de la oferta santanderina, que tal parece pensado por Dante : » Por mi se llega a la ciudad doliente … los que entráis perded toda esperanza».
Tampoco se puede obviar que sobre los arenales santanderinos se está librando una batalla política, la que enfrenta a la Administración Central con la Delegada del Gobierno como brazo ejecutor y el Ayuntamiento, enfrentados por la falta de arena y las multas por reponerla, las infames piedras de la Segunda o las ruinas que no se solucionan, aunque los asiduos están bastante informados de la situación. Ahora a ver si no les sale política y electoralmente gratis este comportamiento con la gente. A fin de cuentas situación de las playas santanderinas es una suerte de maltrato institucional a los playistas, un menoscabo de la oferta turística y una desventaja competitiva. Y no hablo, por ahora, de ese tinglado montado a cuenta de las Banderas Azules.
Autor: Alfonso del Amo-Benaite. Consultor de Mercados & Marketing.