Un estudio internacional en el que ha participado el investigador de la Universidad de Cantabria Sebastián Pérez-Díaz, del Departamento de Geografía, Urbanismo y Ordenación del Territorio, ha revelado que la mortalidad que causó en el siglo XIV la Peste Negra no fue tan generalizada como se pensaba y como reflejan los libros de historia. Así lo ha confirmado el análisis de datos palinológicos, provenientes de polen y esporas de plantas fósiles recogidos en 19 países europeos, concluyendo que la considerada peor pandemia de la historia tuvo un impacto devastador en algunas regiones, mientras que en otras el impacto fue “insignificante o nulo”.
Los resultados del trabajo, que es el primer estudio ambiental a gran escala sobre el tema y que ha sido publicado en la revista científica de alto impacto “Nature Ecology and Evolution”, “demuestran la importancia de los enfoques interdisciplinares para comprender las pandemias pasadas y presentes”, comenta Sebastián Pérez. La Peste Negra asoló Europa, Asia occidental y el norte de África entre 1347 y 1352, estimando los historiadores que hasta el 50% de la población europea murió debido a ella y relacionando estos sucesos con la transformación de las estructuras religiosas y políticas, incluso con cambios culturales y económicos trascendentales como fue el Renacimiento.
El problema es que estas conclusiones se basaban en datos cuantitativos que normalmente solo reflejan la realidad de las grandes urbes, donde las condiciones sanitarias y sociales ayudaban a la expansión de las enfermedades. El estudio realizado por estos científicos aporta la información de las zonas rurales, que constituían el 75% de las áreas pobladas en época medieval, gracias a los registros estratigráficos de polen obtenidos de turberas (humedales en los que se acumulan grandes cantidades de material orgánico). Analizando el suelo y los restos vegetales se deducen sus usos y se puede realizar un análisis demográfico asociado a la peste negra, demostrando que esta no tuvo la misma incidencia en toda Europa, como se creía.
Estudios paleoambientales
Cualquier fenómeno que ocurre en la naturaleza deja su huella en el paisaje: “es un gran libro en el que podemos obtener muchas lecturas; para desentrañar estos misterios del paisaje en la antigüedad recurrimos a los estudios paleo-ambientales en general y palinológicos en particular, entendiendo la palinología como la disciplina que estudia los restos de polen fósiles que, no habiendo cumplido su función reproductora, se incorporan a los sedimentos de manera estratificada”, explica Pérez-Díaz.
“Mediante las técnicas adecuadas, los recuperamos, analizamos y obtenemos una reconstrucción del paisaje vegetal”, cuyos cambios se producen tanto por factores de índole natural como el cambio climático, como antrópicos. Según el investigador, el ser humano es un constructor de paisajes (deforesta bosques, genera pastos para la ganadería, tierras para la agricultura…) y “conociendo el uso de los suelos podemos hacer inferencias de tipo demográfico”. Las mejores épocas para estudiar los cambios paleoambientales son las de crisis: ambientales, económicas, demográficas, políticas…
La contribución de Sebastián Pérez-Díaz ha sido estudiar determinadas secuencias ambientales del Cantábrico, además de diseñar algunos de los campos de la base de datos. Concretamente ha trabajado en turberas de montes cántabros y vascos como Ordunte y Gorbea incorporadas después a esa gran base de datos europea que incluye 269 localizaciones de 19 países, con un total de 1.634 muestras palinológicas analizadas. Un trabajo de dos años que ha permitido determinar cómo cambiaron los paisajes y la actividad agrícola entre 1250 y 1450 d.C, desde 100 años antes hasta 100 años después de la pandemia, aproximadamente.
Aunque la investigación del ADN antiguo identificó a “Yersinia pestis” como el agente patógeno causante de la Peste Negra e incluso rastreó su evolución a lo largo de milenios, los datos sobre los impactos demográficos de la plaga aún están poco explorados y comprendidos. El estudio realizado ahora, firmado por un amplio equipo internacional liderado por el grupo de “Palaeo-Science and History” del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana (Jena, Alemania), aporta nueva información.
Modelos de pandemia
Por ejemplo, se respaldan las altas tasas de mortalidad en Escandinavia, Francia, el suroeste de Alemania, Grecia y el centro de Italia atestiguadas en fuentes medievales al demostrar fuertes disminuciones agrícolas en esas zonas. Mientras, muchas regiones, incluidas gran parte de Europa central y oriental y partes de Europa occidental, incluidas Irlanda y la península ibérica, muestran evidencia de continuidad o crecimiento agrícola ininterrumpido. El estudio muestra que, para comprender la mortalidad de una región en particular, los datos deben reconstruirse a partir de fuentes locales.
“No existe un modelo único de ‘pandemia’ o ‘brote de peste’ que se pueda aplicar a cualquier lugar en cualquier momento sin importar el contexto”, dice Adam Izdebski, del Instituto Max Planck. “Las pandemias son fenómenos complejos que tienen historias regionales y locales. Hemos visto esto con COVID-19, ahora lo hemos demostrado para la Peste Negra”. Las diferencias en la mortalidad demuestran que era una enfermedad dinámica, con factores culturales, ecológicos, económicos y climáticos que mediaban en su expansión e impacto. En el futuro, los investigadores esperan que más estudios utilicen datos paleoecológicos para comprender cómo interactúan estas variables para dar forma a pandemias pasadas y presentes.
Imagen: Sebastián Pérez, en los exteriores de la ETSI de Caminos, Canales y Puertos de la UC.