El Instituto de Biomedicina y Biotecnología de Cantabria (IBBTEC) cuenta con un laboratorio de contención biológica con certificación NCB3 que permitirá a los investigadores trabajar con virus y bacterias patógenas como el SARS-CoV-2 con alta seguridad. La instalación está ya preparada para empezar a desarrollar proyectos en torno a la Covid-19 y podría servir para dar respuesta no sólo a ésta sino a futuras pandemias.
“Se trata de un laboratorio que ya venían utilizando los grupos del IBBTEC desde sus inicios para trabajar con microorganismos como Brucella”, explica Piero Crespo, director de este centro mixto de la Universidad de Cantabria, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y el Gobierno de Cantabria a través de SODERCAN. Inicialmente diseñada con esos fines, la instalación se ha adaptado y certificado en estos meses, brindando “tecnología suficiente para abordar cualquier aspecto del coronavirus”.
Este espacio es único en Cantabria y de los pocos existentes en todo el norte de España. Con su puesta en marcha en los próximos días, dará servicio a todos los grupos de investigación del IBBTEC y de la Universidad de Cantabria, siendo cuatro los que empezarán a desarrollar en él sus proyectos. En un futuro próximo también será un servicio a disposición de empresas y entidades externas que quieran utilizar las instalaciones, para lo cual el Instituto está desarrollando el procedimiento administrativo necesario.
Capas de seguridad
Según detalla Félix J. Sangari García, investigador del Grupo de Biología Molecular de la Patogenicidad de Brucella del IBBTEC y responsable de la instalación, el concepto de este tipo de laboratorios es “añadir capas de seguridad” que minimicen riesgos para los científicos y su entorno de trabajo. El primer nivel de contención incluye los equipos de protección individual o EPIs. Para ello, el espacio cuenta con una esclusa de acceso con puertas de seguridad conmutadas en la que los investigadores se colocan buzo, calzas, dos pares de guantes, mascarilla FFP3, gafas y pantalla facial.
Se encuentran también en este nivel los protocolos de trabajo de la instalación, que están orientados a minimizar las posibilidades de los investigadores de exponerse al virus. Otra capa de seguridad la proporcionan las dos cabinas de seguridad biológica con que cuenta el espacio. “Son lugares en los que el aire entra filtrado y sale filtrado, de modo que cualquier escape que se produjera ahí dentro sería retenido; es el único sitio donde podemos abrir los viales y las placas de cultivo”, explica Sangari. La contención secundaria sería la propia instalación, dotada con un sistema de aire con filtros de gran eficiencia que logra una presión negativa, conteniendo también cualquier posible escape.
El laboratorio cuenta con equipos de refrigeración, incluido uno de -80º para mantener las cepas del virus, y con la tecnología necesaria para que todo el material que salga del espacio salga estéril: por una parte un autoclave, que es “como una gigantesca olla a presión que inactiva cualquier residuo infeccioso”; y por otra, para las cosas más sensibles que no podrían meterse en el autoclave, un sistema a base de peróxido y ultravioleta. Y de nuevo como medida de seguridad redundante, todos los residuos esterilizados son incinerados posteriormente.
Imagen: Félix J. Sangari, trabajando en la cabina de seguridad biológica del laboratorio, y con la centrifugadora.