23/11/2024

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“Aproveché el confinamiento para dejar el tabaco”, El País, 7 de junio

Sergio Benito fumaba. Fumaba mucho. ¿Pero cuánto es mucho? Con el confinamiento decidió hacer un pequeño experimento: dejar cada paquete vacío encima de la mesa de su salón. Un paquete. Dos. Tres. Cuatro. Como compraba tabaco de cartón en cartón, cada seis días tenía diez cajetillas más. Cinco. Seis. Siete. A medida que esa montaña de cajas aplastadas, toses a destiempo y pulmones negros iba creciendo, la imagen se le volvía más clara. ¿Por qué fumo tanto? Ocho. Nueve. Diez. Tras un mes y medio encerrado en casa, el 28 de abril decidió no fumarse ni un cigarro más. Por ahora, va ganando a la montaña.

El caso de este madrileño de 39 años que trabaja como profesor de instituto en Málaga no es el único: cientos de personas han tomado la decisión de acabar con este mal hábito en plena pandemia. Aunque el Ministerio de Sanidad no tiene aún estadísticas oficiales sobre pacientes incluidos en programas de abandono del tabaquismo, en abril las ventas de cigarrillos bajaron casi un 27% —el mayor descenso desde 2013—, según el Comisionado para el Mercado de Tabacos. El departamento que dirige Salvador Illa considera que, a raíz del coronavirus, hay una mayor concienciación sobre los efectos perjudiciales del tabaco en la salud respiratoria, lo que ha podido llevar a que se haya decidido dejar este hábito. De hecho, el 29 de mayo se presentó una encuesta realizada a 17.000 personas durante el confinamiento cuyos resultados muestran que un 6,73% de los fumadores ha dejado el hábito, mientras que un 5,98% ha reducido su consumo en este periodo.

La bajada, recuerda la Mesa del Tabaco —que aglutina al sector—, puede deberse a más factores —menos turismo, menos bares, menos poder adquisitivo—, pero todos coinciden en que ha habido personas que han dejado de fumar. “Es posible que esta situación excepcional de confinamiento se haya visto como una oportunidad para dejar de consumir tabaco”, dice una portavoz del ministerio. Una mayor concienciación sobre la salud a consecuencia del coronavirus —una enfermedad respiratoria— y el radical cambio de hábitos han ayudado a quienes se han lanzado a intentarlo.

“El confinamiento era un cambio total de rutinas: estás más en casa, haces ejercicio en el salón, pasas todo el día con tus hijos. Entre todos esos cambios, aproveché para dejar el tabaco”, dice Paula Rodríguez Laval, madrileña de 43 años que vive en Toledo. “Había leído que cuando cambias tu día a día, como en unas vacaciones, es el mejor momento para instaurar rutinas nuevas, así que me decidí a intentarlo”. Rodríguez se fumaba unos 15 cigarros diarios y ahora, con ayuda de un tratamiento de la sanidad pública, lleva más de un mes sin hacerlo.“Mi principal motivo es no morirme de cáncer de pulmón y dejar a mis niños sin madre”, dice.

La idea de la muerte también atormentó a Richard Zubelzu, un director de cine cántabro de 42 años que se fumaba casi un paquete al día. “El 13 de abril enfermé de coronavirus y neumonía. Me llevaron al hospital. Los médicos me dijeron que una de las causas de que me diera tan fuerte es porque era fumador. Y me asusté, claro”. De vuelta a su casa, en Madrid, debió permanecer dos semanas en cuarentena y aprovechó la situación para no volver a encenderse un cigarrillo. “Se me hizo muy cuesta arriba, pero no solo por no tener tabaco, sino por estar encerrado, no poder ver a mi familia… Le daba vueltas a todo. Ahora estoy mucho mejor”, explica.

Luis Cruz, en cambio, tenía decidido dejarlo en cuanto se jubilara. Y eso que ha pasado fumando la mayor parte de su vida: comenzó con 17 años y tiene 63. En total, 46 años con un cigarrillo en la boca. Literalmente. Se fumaba dos cajetillas al día. Un poco antes del estado de alarma, acudió al médico para pedir un tratamiento con pastillas. El confinamiento vino en su ayuda. “Tenía decidido que no quería fumar más, pero estar encerrado me ha venido muy bien para llevarlo a rajatabla. Al estar en casa, no veo a nadie que fume a mi lado ni que me ofrezca tabaco”, explica este jubilado que vive en Talamanca del Jarama (Madrid). “La mayoría de los compañeros también fumaban, ofrecían, al estar con ellos era más difícil no fumar tú”, añade. Ahora, se encuentra mucho mejor, respira más fácilmente y se ve con fuerzas para subir las empinadas cuestas de su urbanización sin cansarse.

Los fumadores sociales

Según Sanidad, “es posible que esta situación excepcional de confinamiento se haya visto como una oportunidad para dejar de consumir tabaco u otros productos similares”. Además, los considerados como fumadores sociales, es decir, aquellos que solo fuman cuando se reúnen con otra gente en momentos de ocio, podrían haber disminuido su consumo al estar confinados en sus casas.

Es el caso de Carmen Gutiérrez, murciana de 40 años y residente en Madrid. “La cuarentena tiene una parte mala, porque estás más preocupada, pero también tiene una parte buena, y es que no tienes vida social, y ver menos a los amigos significa menos tentaciones”, apunta. Gutiérrez fumaba unos 15 cigarros al día, pero cuando salía con sus amigos podía fumar más de un paquete. Lo dejó al inicio de la pandemia, con ayuda de los parches de nicotina. “Vivir sola, no poder ver a la gente y encima dejar de fumar ha sido muy agobiante. Pero llevo tres meses sin un cigarrillo. Ahora me tengo que quitar los parches y volveré a ver a gente. Espero no recaer”, dice.

En este sentido, el ministerio recuerda que desde el pasado 1 de enero los tratamientos farmacológicos para dejar de fumar son financiados por el Sistema Nacional de Salud, lo que “puede estar empezando a dar sus frutos y puede suponer parte de este porcentaje en la bajada de la venta de tabaco”. No descarta que otra parte pueda deberse a una bajada del poder adquisitivo de los fumadores que hayan perdido su empleo o sufrido un ERTE; algunos de ellos han podido pasarse a tabaco de liar —aumentó un 45% en abril, aunque solo supone un 2,3% del total de ventas—.

Ahora, llega lo más complicado: resistirse cuando los amigos salgan a fumar, decir que no cuando te acercan el cigarrillo a la boca. Aspirar, de lejos, el humo y negarse a que te inunde. Otra vez. Sergio Benito piensa en su particular montaña antes de responder: “Mis amigos me siguen picando y diciéndome que voy a recaer. Al principio me lo tomaba mal, pero ahora me lo tomo como una cuestión de pundonor. No voy a volver a fumar. No voy a volver a fumar”.

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