La llegada del Frente Popular al poder en 1936 coincidió con la celebración de los Juegos Olímpicos de Berlín, organizados por Hitler como una demostración propagandística del poderío de la Alemania nazi. El recién elegido gobierno republicano decidió no enviar deportistas españoles a la cita y organizó, en un tiempo récord de apenas tres meses, la Olimpiada Popular de Barcelona; un evento deportivo y cultural que iba a contar con la participación de cerca de 6.000 atletas procedentes de 22 países y cuya inauguración estaba prevista para el domingo 19 de julio de 1936.
En Cantabria la Olimpiada Popular fue muy bien acogida. Un grupo de 35 artistas y creadores, entre los que se encontraban el escultor Mauro Muriedas, el poeta José Luis Hidalgo, el pintor Eduardo Pisano, Charines, Miguel Guerra Calderón y algunos otros jóvenes partidarios de la causa de la República, partieron en autobús hacia Barcelona desde Torrelavega el sábado 18 de julio de 1936. Formaban un grupo de idealistas, preocupados únicamente por sus proyectos artísticos y por la posibilidad de conocer a jóvenes republicanos llegados de todo el mundo. Antes de salir habían llegado las primeras noticias del levantamiento en África española, pero ello no detuvo su viaje.
El domingo 19 de julio es el propio Manuel Llano quien dedica su habitual columna de El Cantábrico a elogiar la iniciativa olímpica: “Buen camino, ese camino griego de la Olimpiada Popular de Barcelona, tan plena de buenos propósitos, enseñando pauta de armonía para todos los elementos educativos. Es algo así como una asamblea de juventud en la que cada afición encuentra un estímulo, un cordial acogimiento (…) Ahora nos acercamos más a Grecia. Se comienza a dar a la Olimpiada su verdadero carácter de estatua y de espíritu, de mente y de juego. En Olimpia, además de la carrera, de la gimnasia, de la danza, recitó Píndaro sus poesías, expuso Equión sus cuadros, Herodoto leyó sus Historias, Lisias pronunció sus discursos”.
Los acontecimientos se precipitan y en pocas horas todas las esperanzas saltan por los aires. La sede de la Villa Olímpica, situada en los alojamientos utilizados para la Exposición Internacional de 1929, y en el Estadio de Montjuic, se transformará en un lugar de frenética actividad. A pesar de que muchos atletas nunca llegarán a Barcelona debido al cierre de las fronteras, algunos centenares ya están en la ciudad o van llegando de forma escalonada durante estas primeras horas del levantamiento militar. De forma paralela el gobierno de la República decide la suspensión inmediata de la Olimpiada Popular.
La expedición cántabra vivirá de manera intensa estos primeros compases del golpe de estado. A su llegada a Zaragoza hay un gran despliegue militar. Los soldados han establecido controles, revisan los documentos e inspeccionan todos los vehículos. Tras mostrar sus credenciales “olímpicas” y después de algunas negociaciones, el grupo puede continuar su viaje dejando atrás una ciudad que ya está en manos de las tropas rebeldes. A su entrada en Barcelona los disparos se oyen por todas partes y los expedicionarios pueden alojarse en el pabellón rumano, abandonado por sus ocupantes originales. En muy pocas horas todo el grupo de cántabros es movilizado y encuadrado en una milicia que, tras diferentes avatares administrativos, será enviada a Madrid en donde, tras anunciarles que no hay armas suficientes para equiparlos, serán abandonados a su suerte.
Sin dinero y sin saber muy bien a donde ir, el grupo inicia su dispersión y los torrelaveguenses Mauro Muriedas, Eduardo Pisano y José Luis Hidalgo, acuerdan visitar a su paisano José Gutiérrez Solana. A pesar de que tiene fama de huraño, el pintor los acoge con efusión y a la hora de la despedida, y pese a que vive con bastante precariedad, mete en el bolsillo de cada uno de ellos un billete de cincuenta pesetas y los desea buena suerte.
Con esa pequeña cantidad, y con sus credenciales olímpicas como única protección, Mauro Muriedas y Eduardo Pisano regresan a Barcelona y ante el agravamiento de la situación militar, deciden atravesar la frontera francesa en compañía de algunos otros españoles “olímpicos”. Su objetivo es reingresar de nuevo a España por Hendaya y tratar así de volver a Torrelavega, donde sus familiares viven su desaparición con la mayor de las incertidumbres.
Una vez en territorio galo, y pese a la calurosa acogida de los republicanos franceses, las autoridades locales tratarán de impedir su retorno. Ellos hacen caso omiso a las recomendaciones y prosiguen su viaje hasta llegar frente al puente internacional de Irún, que está siendo barrido por los disparos entre los sublevados y las milicias leales a la legalidad republicana. Los franceses intentan impermeabilizar la frontera, pese a lo cual, Mauro Muriedas y Eduardo Pisano cruzan la frontera de forma clandestina. Antes de regresar definitivamente a sus casas en Torrelavega, y poner así fin a su rocambolesca aventura olímpica, serán todavía testigos de la caída de San Sebastián en manos de las tropas franquistas.
Imágenes.
1-Cartel oficial de la Olimpiada Popular, 1936. Autor, L.Y. Impresor, Publicitat Coll, Barcelona. Medidas, 100 x70 cm. (Colección particular).
2- La expedición cántabra en una parada en ruta hacia Barcelona. El segundo por la izquierda, con camisa blanca y gorro, es José Luis Hidalgo. (Imagen del archivo de Aurelio García Cantalapiedra).
3- Puesto informativo de la Olimpiada Popular para atender a los deportistas en Barcelona en 1936. (Colección particular).
4- Mauro Muriedas y José Luis Hidalgo por las calles de Madrid junto a otros dos miembros de la expedición cántabra. (Imagen del archivo de Aurelio García Cantalapiedra).
Autoría del texto y documentación gráfica: Esteban Ruiz García.