Singer, fue marca, colándose en rinconeras de luz, entre mesas camillas y huecos de sombras, para servir a las manos, a los pies, como moto pie de infancia que cose los retales para conseguir elegancia, costuras de divinidad, rápido apaño, “ven que de un momento un repaso le doy”. Singer, elegante porte, artilugio de bello perfil, con tu montura de madera, echa el cierre cuando los ojos cansados ya no siguen la línea recta y las curvas del tejido parecen convertirse en piel. Miembro de la familia, descansa, se engrasa como bebedizo tonificante, para ser el caballito rampante del niño que galopa en tu lomo, con su gorro de vaquero.
Singer, has cosido media vida, yo diría la vida entera, con ese pedalear rítmico y audaz, con el tesón de la abuela, la determinación de la madre, la profesión de la bella costurera.
Singer, de mente clara y amable, sigues cosiendo en la noche cuando la madre no puede más después de danzar en la cocina, revisar la cartilla escolar, contar el cuento entre caricias y velar el sueño del infante. El babi a medio coser, el remiendo sin hacer, y el fantasma de la abuela, paciente, como ángel pasajero, vuelve a darle al pedal para acabar la faena.
Singer, tonadillera de fregados, cuantos favores debidos, cuanto orgullo reparado, dejaste las prendas de hermanos listas para estrenar. Siempre seguirás en mi mente como objeto mágico, como dueña de las costuras que tanta falta le hacen a las espaldas heridas. Gracias mi Singer querida, ahora digna entre anticuarios, cuando si te dicen que andes, no dudas en abrir caminos de hilaturas de los más bellos sueños.
José María Fuentes-Pila Estrada