«Cachivaches que como pegotes quedan plantados cual fantasmas decadentes»
Santander tiene 172.000 habitantes, ha perdido unos 5.000 en los últimos años y una extensión de 37 kilómetros cuadrados. Vamos, que podemos desenvolvernos sin muchos agobios, eso sí, mientras no lo pretendamos un fin de semana por Cañadío. En líneas generales a los santanderinos nos gusta nuestra Ciudad, ya sea un STV como yo, ya sea uno de fuera, que la capacidad de asimilación de la Capital de Cantabria es muy grande.
Los santanderinos, muchos, patean habitualmente su Ciudad, las posibilidades son amplias, por la Machina, Bajamar, la senda del Faro, callejear por su trama urbana, muchos lugares que desde hace algún tiempo están siendo obstaculizados por grupos, actividades y sectores que la han tomado como algo privativo y que ocupan sin límite ante la atonía municipal para defender los espacios comunes a todos los santanderinos.
Que la pandemia y sus terribles consecuencias requería una respuesta amplia, rápida y flexible en todos los sectores no ofrece la menor duda, nada que objetar, todo lo contrario, había que enfrentar una situación excepcional con medidas extraordinarias. La realidad sin embargo es que esta excepcionalidad ha derivado hasta una situación de ocupación permanente del espacio callejero, incomodando a transeúntes y paseantes, dando sensación de Ciudad desordenada en su aspecto, lo cual traslada a los ciudadanos la razonable pregunta de por qué unos cumplen muy estrictamente las ordenanzas municipales mientras otros viven a espaldas de las mismas. Quizás, sin quizás, por presencia e influencia (admitida, más que demostrada) en la sociedad santanderina y su colaboración en campañas electorales, pues no se encuentra explicación que en zonas señeras de la Ciudad las sillas y mesas de estos establecimientos queden estabulados en la calle cual almacén a la vista de todos, por no hablar de remodelaciones en el Sardinero en donde directamente una carretera se elimina para los automovilistas y se pone al servicio de dos establecimientos hoteleros.
No son estos los únicos obstáculos para el tránsito ciudadano, la ocupación de plazas y lugares para todo tipo de actividades, festejos o celebraciones, dificulta cuando no impide el uso de espacios propios de la gente, pues parece que no hay plaza de Santander que no tenga su actividad estorbando.
Entre los apandadores del espacio de todos, los muy concienciados y minoritarios apóstoles de la bicicleta son activos y plastas hasta el aburrimiento, que razones tienen para serlo, mientras encuentren políticos que les compran sus teorías persecutorias contra el automóvil que se cada vez encuentra con menos aparcamientos y más restricciones que afectan muy directamente a todos los vecinos, que son importunados por los bicicleteros con total impunidad.
En esta Ciudad nuestra, poco lustrosa, con deficiencias muy severas que se mantienen sin solución en cuanto a limpieza y mantenimiento con cachivaches que como pegotes quedan plantados cual fantasmas decadentes, ya sean los numerosos kioskos de prensa cerrados últimamente, las señales contradictorias y redundantes que parecen más destinadas a la confusión que a otra cosa o los obstáculos pírricos, pegotes sobre los que nadie da respuesta o aplica solución.
Preguntar de quién son las calles de Santander no es cuestión retórica, en nuestra Ciudad se ha convertidos en realidad que las calles sean cada vez menos del común y más objeto privativo de todo tipo de grupos de presión que bajo argumentos trabucaires acaban imponiendo su ocupación. Con el inevitable Okuda aparte.
Autor: Alfonso del Amo-Benaite, Consultor de Mercados & Marketing.