Se está poniendo el País que no cabe un tonto más ( anónimo popular ) y conforme se acercan las elecciones ni les cuento, overbooking. En Cantabria estamos muy acostumbrados a las promesas de los candidatos, es algo habitual en casi todos ellos, prometer y prometer, lo mismo que nuestra sumisa Comunidad Autónoma lo tiene interiorizado con una naturalidad descorazonadora.
En la operación «promesas electorales» están los mentirosos primerizos, los que afrontan sus primeras elecciones y luego están los pata negra, los veteranos que elección tras elección continuan con sus falsas promesas, los que saben que pueden prometer todos los trenes que haga falta que no tendrá reproche electoral alguno.
Una de las características que adornan a estos ayatollah de la promesa electoral, es que no cuentan nunca lo que cuestan y de donde saldrá el dinero para pagarlo, pues no parece importarles que esas ocurrencias lo que suponen son más impuestos para la gente, mayor gasto público y cancerígeno endeudamiento. Sin contar que muchas de esas propuestas son auténticas melonadas perfectamente prescindibles.
Instalados como estamos en esta espiral de gasto, cabe preguntar si lo verdaderamente importante es que no prometan nada, que tampoco hagan nada, de esta forma si no hacen nada los que salimos ganando somos los ciudadanos. Primero, no se gastan nuestro dinero, tampoco tendrían disculpa alguna para endeudarse/nos y por supuesto no habría razones para aumentar los impuestos. También se evitaría que en la inmensa mayoría de los casos perpetren obras y actuaciones innecesarias por su inutilidad, lo que además evita situaciones como la vivida recientemente en Obras Públicas, en donde la abundancia de actuaciones ha generado una situación que tal como conocemos, actualmente está judicializada.
La evidencia empírica está ahí, la que demuestra que los gobiernos, todos, de cualquier partido, en cualquier institución, cuanto más omnipotentes son más posibilidades hay que el abuso, la prepotencia y la corrupción se conviertan en sistémicas.
Es evidente que por higiene democrática quitar a los gobiernos la mayor capacidad de gasto que sea posible es lo mejor para nosotros, pues cuanto menos haga un gobierno menos podrá fastidiar a la gente, sobre todo teniendo en cuenta que cada vez que actúan siempre ocurren dos cosas: Nos cuesta libertad y nos cuesta dinero. Nos cuesta libertad porque siempre se inventan alguna normativa de obligado cumplimiento y nos cuesta dinero ya que inevitablemente lo acompañan de algún tipo de impuesto.
Mientras tanto las promesas electorales ocuparán todo el ecosistema político electoral que nos queda hasta el próximo mes de mayo, con los oportunistas en plena efervescencia, como aquel candidato que henchido de fervor mitinero prometió ante los vecinos que le oían algunos, escuchaban otros, que construiría el tan necesario puente, pero advertido que allí no había rio alguno sobre el que construir un puente, respondió : no importa , si hace falta traemos un rio.
A fin de cuentas no puedo dejar de acordarme de la Bélgica de hace unos años, cuando unos endemoniados resultados electorales impidieron la formación de gobierno durante diecisiete meses, como consecuencia de esta falta de gobierno, sin hacer nada bajó el paro, el déficit público y disminuyeron los casos de corrupción. En fin, una maravilla …
Autor: Alfonso del Amo-Benaite, Consultor de Mercados & Marketing.