Vemos en estos tiempos minorías organizadas en torno a un interés concreto emperradas diciendo a los ciudadanos cómo deben comportarse, asolando a la sociedad desde una auto otorgada superioridad moral. Estas almas totalitarias y comportamiento de apache Mescalero, se aprovechan de una sociedad mansurrona como la española y de políticos acomodaticios para convertirse en auténticos depredadores del dinero de los contribuyentes.
No cabe duda que tiene su mérito, son capaces con su impostada narrativa de convencer que esta les otorga derechos, y, como son derechos, las AA.PP, los ciudadanos, tienen que satisfacerlos, pasando por encima de los derechos inherentes al ser humano: el derecho a la libertad, a la vida y a la propiedad.
Lo mismo que en la política los partidos clásicos pierden la importancia de los bloques preconstituidos, se asoman al escenario público nuevas categorías en base a proyectos únicos. Esto lo han entendido muy bien algunas minorías.
Hay que admitir la capacidad de estas minorías para presionar de diferentes maneras y trabajarse denodadamente su acceso a los medios y con ello alcanzar una relevancia mediática que ni ellos ni sus causas son acreedores.
Ante esta situación no sorprende que broten como garbanzos todo tipo de grupúsculos, sobresaliendo entre ellos los animalistas y los de la cosa ciclista que se caracterizan por tener un alto concepto de ellos mismos. Se ven estupendos.
La legión animalista en nuestro País se está poniendo francamente inaguantable, desde la inasumible pretensión de «humanizar» a los animales hasta toda una panoplia de medidas que pretendiendo proteger a unos perjudican a los demás que producen actividad económica, fijan a la población y mantienen el territorio. Es inadmisible que en nombre de unos animales se prenda acabar con la caza y su enorme servicio medioambiental, igual que no se puede admitir que se someta a un estrés totalitario a los ganaderos, que luchando junto a la naturaleza y soportando una situación socio económica complicadisima, se vean ahora indefensos ante los ataques, algunos terroríficos, de buitres y lobos a sus cabañas, sin que puedan hacer nada para defenderse, pues si lo hacen una normativa inmoral e injusta les puede causar graves consecuencias. Todo en buena medida por la presión que los urbanitas de salón y los animalistas conversos, desconocedores de la situación real, ejercen sobre autoridades y opinión pública.
Otra de las minorías más pelmas son estos de la bici, que en Santander han encontrado un momio con el Ayuntamiento dedicado a satisfacer cualquier melonada que se les ocurra dentro de un ecosistema que favorece su pulsión absolutista , en donde estos galeotes del bien común quieren imponer por donde debemos transitar los santanderinos, cuanto deben durar los semáforos y por supuesto, que ante bicicleteros sin matrícula, sin impuesto de circulación ni seguro, los automovilistas deben ser proscritos en su propia Ciudad. Esto ante el incompresible silencio de gasolineras, concesionarios del automóvil, talleres de reptaciones, etc … que no reaccionan a los ataques que padece su propio sector.
Es característico de estas minorías su hábil manejo de tiempos, la selección adecuada de la institución u organismo que situarán bajo sospecha, pues saben muy bien que tendrán amplia cobertura de unos medios papanatas que no prestarán ninguna atención cuando se demuestre lo amañado de sus montajes.
Todo esto es posible porque existen gobiernos colaboracionistas y ciudadanos que miran a otro lado, sin darse cuenta que cada vez que estas minorías totalitarias se imponen nos cuesta libertad y nos cuesta dinero.
Autor: Alfonso del Amo-Benaite. Consultor de Mercados & Marketing.