En el año 1791, el Papa Pío VI declaró a San Emeterio y San Celedonio como patrones, de la Diócesis de Santander a petición del Obispo Menéndez de Luarca consagrando el 30 de agosto como su día. La devoción a los Santos Mártires a partir de esta fecha traspasa el ámbito de la Ciudad de Santander. Pero realmente, la historia de los Santos Mártires no comienza en estas fechas, sino que debemos remontarnos a los orígenes medievales de Santander, ya en las constituciones del abad D. Nuño Pérez en 1310 se refiere a la iglesia con el nombre de los Santos Mártires Emeter et Celedon pues desde tiempo inmemorial fueron patronos de la iglesia y de la villa. Con motivo de las invasiones musulmanas, los habitantes de la Península Ibérica se preocuparon de poner a salvo las reliquias de los Santos y llevarlos a sitios seguros; se piensa por tanto que por esas fechas llegaron las cabezas de San Emeterio y San Celedonio al monasterio situado en el Cerro de Somorrostro, por obra la inmigración de cristianos calagurritanos, desde la ciudad de Calahorra (la antigua civitas de Calagurris) a donde hoy en día se ubica la Catedral. La llegada de tales reliquias cuyo nombre y devoción hizo memorable al antiguo monasterio (esta palabra no responde a nuestro concepto actual pues en su origen no se puede adherir a ninguna orden monacal) promovió un aumento poblacional alrededor de él. De estos tiempos oscuros del medievo sabemos que en los siglos VIII y IX, durante el reinado de Alfonso II de Asturias, el monasterio pasó a ser abadía, siendo promocionada posteriormente, durante el reinado de Alfonso VII de León, a colegiata y ya en los siglos XIII o XV se comenzaría a construir la iglesia superior.
En el siglo XVI, más concretamente en 1533, se redescubrirían las reliquias situadas en la antigua cripta de la hoy conocida como la Iglesia del Santo Cristo. Este suceso no nos debe extrañar pues en ocasiones se escondían las reliquias importantes para prevenir su robo o saqueo, provocando que posteriormente no se conociera o recordara su localización exacta dentro de la Iglesia o edificio en donde se situaban. Este descubrimiento, en términos antiguos eclesiásticos se llama “Invención” hoy en día hablamos de profanación piadosa. A partir de ese año, se celebraría el tercer día de Pascua de Resurrección la conmemoración de tal redescubrimiento de las Santas Cabezas.
Litúrgicamente, su festividad se celebraría originalmente el 3 de marzo, día que se hacía coincidir con la fecha correspondiente al martirio de San Emeterio y San Celedonio (de ahí que en Calahorra se continúe celebrando en esta fecha); sería a partir de 1669 cuando se cambiaría la fecha a la que hoy en día seguimos empleando en Santander, el 30 de agosto.
En 1676 hay un acta en la que se da constancia de esta tradición litúrgica santanderina y que dice lo siguiente: “la justicia y el Ayuntamiento expresaban al Cabildo el deseo grande del pueblo de celebrar la procesión solemne con las Santas Cabezas que de tiempo inmemorial se viene celebrando”[1].
Finalmente, en 1754, la colegiata pasó a ser Catedral, pues se creó la Diócesis de Santander hecho que facilitaría que en 1755 se concediese a Santander la categoría de ciudad y capital de provincia.
Tenemos también noticias de que el Obispo Menéndez Luarca, devoto entusiasta de San Emeterio y San Celedonio, en 1743 consagró una de las campanas de la catedral con el nombre de “campanón de los Santos Mártires” y la otra “de la Virgen del Carmen”, subrayando con ello la naturaleza fundamentalmente marítima de Santander. Con respecto a esta campana consagrada a los Santos Mártires, Martínez Mazas[2] nos relata lo siguiente: “siempre que hay tormenta o borrascas de mar se hace tocar la campana para avivar la fe y dar a los que peligran [marineros] el consuelo de que todo el pueblo se acuerda y compadece de ellos y los encomienda al patrocinio de los abogados”. Este hecho ha tenido continuidad a lo largo de los siglos, y ya en el XIX lo vemos refrendado en el libro “Sotileza” de Pereda cuando relata: “sonó una tarde [el “campanón”], retumbante, acompasado, lento y fúnebre cuando la fragata La Unión era empujada por las olas de un modo fatal e inexorable hacia las Quebrantas“.
Estos datos históricos, como suele pasar tan a menudo en cuestiones tan remotas en el tiempo, se han entrelazado con la leyenda, que como es de esperar, explica de una manera más prodigiosa la llegada de las reliquias a Santander. Esta leyenda cuenta que San Emeterio y San Celedonio fueron dos hermanos oriundos de Calahorra (antigua Calagurris riojana) que habiendo servido en las legiones romanas, profesaron su fe cristiana en la turbulenta época del emperador Diocleciano, sufriendo por ello la persecución y martirio por el que es tan conocido su reinado; tras ser decapitados, sus cabezas fueron arrojadas al río Ebro, recorriendo todo el litoral peninsular hasta llegar a nuestras costas, creando en el proceso la forma por la que se caracterizó la isla de la Horadada (desaparecida hace años por un temporal y llamada antiguamente Peña de los Santos Mártires) hasta alcanzar finalmente el Cerro de Somorrostro al que en aquél entonces bañaban las aguas del Cantábrico y en donde se levantaría la abadía de San Emeterio. Cabe resaltar que esta travesía emula o nos asocia con Moisés, por ello que la leyenda hable de que las cabezas iban en una canasta.
Finalmente, a partir de su declaración como Patronos de la Diócesis y de la ciudad de Santander, es por lo que cada 30 de agosto y hasta la actualidad se ha celebrado la festividad, habiendo oficios religiosos desde el siglo XVI, los cuales siempre han abarcado misa, procesión y exposición para la veneración de las reliquias. Martínez Mazas de nuevo, nos cuenta lo siguiente: “el pueblo se alegra y se llena de confianza cuando se manifiesta al público [las reliquias de los Mártires] y especialmente los marineros en los contratiempos del mar acuden a la bien experimentada protección de sus patronos».
Fuente: santander.es