22/11/2024

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Javier Soler-Espiauba: «Pudrir la evaluación»

«Hoy existe una desconfianza gubernativa hacia los profesores, una exigencia de mayor número de datos y criterios»

Hay que ser muy consciente de lo difícil que es evaluar a una persona. Es una gran responsabilidad. Pero coincidiremos en que los profesores que enseñan a sus alumnos son los mejor preparados, los más adecuados, los evaluadores naturales de esos alumnos a los que educan.

Hoy sin embargo existe una desconfianza gubernativa hacia los profesores, una exigencia de mayor número de datos y criterios que hayamos utilizado para decidir la nota mediante el relleno de una enorme cantidad de ítems en una plantilla, algo de eficiencia dudosa pero que tienes que justificar de forma humilde y a un tiempo un poco humillante ante la administración. Y para colmo esa nota, cada vez más justificada, vale menos para esa administración.

Un caso real. Hace pocas semanas me contó un compañero de promoción de la universidad, que imparte clase en un colegio concertado de una ciudad castellana, el caso de una reunión en la que él participaba con otros once para decidir reflexivamente si un alumno que no demostraba haber adquirido los conocimientos suficientes en muchas disciplinas debía o no, podía o no, pasar de curso. Fue una reunión en interés del alumno, los doce profesores sumaban trescientos años de experiencia profesional. Decidieron que era mejor para el alumno repetir curso. Dio igual, en septiembre estaba en el curso superior por decisión administrativa. En octubre era evidente que no podía aprender al ritmo medio, ni a ritmo bajo porque carecía de esos conocimientos previos necesarios para conseguir aprender los nuevos.

Habría que preguntarse si la decisión administrativa fue en interés del alumno o de unas estadísticas que avalen la actual legalidad educativa. La experiencia del profesor creo que siempre será más importante, más cualificada, más conocedora, más real y más eficiente que la fría, desconocedora y lejana decisión administrativa. Para el profesor es humillante, para el alumno muchas veces un daño a corto y largo plazo. Nunca será culpable el valioso funcionario que entrega su quehacer de forma noble y generosa, que me consta que tienen tanta preocupación por estos temas como cualquier profesor o más.

Ellos están atados por las leyes equivocadas aún más que los profesores. Muchos de ellos tienen opiniones similares a las que expongo. Pero la ley les obliga. Hace treinta años con las reformas que empezaron a bajar el nivel de exigencia, a quitar los deberes, a pasar de curso con conocimientos pendientes, a quitar las tarimas poniendo al profesor a la altura del alumno, a devaluar el respeto al profesor y muchísimas iniciativas en el sentido que yo creo equivocado, se decía que traería un nuevo paraíso educativo, que era la modernidad, que las mejoras encontrarían la piedra filosofal pedagógica… Hoy recogemos el fruto de esa siembra y parece que es general un disgusto a veces escondido, a veces expresado.

Durante la primera mitad siglo XX la mejora de la calidad educativa estaba relacionada con la exigencia. Los padres concedían la presunción de la bondad del centro educativo y los profesores. A mediados de ese siglo, empezó en los años cincuenta fuera de España donde no llegó hasta los setenta, se invirtió esa tendencia y ha sido malo.

Terminaré con lo dicho por Antonio Machado, profesor de instituto, por boca de Juan de Mairena cuando le preguntaban si suspendería a un alumno solo con conocer su cara. Mairena respondió: no, solo con conocer a sus padres. Perdone el lector la licencia literaria.

Autor: Javier Soler-Espiauba Gallo / Profesor de Educación Física.

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