Después del ataque terrorista del 7 de octubre, Israel considera que debe anular a Hamás por lo que ha lanzado la operación Espadas de Hierro. Cuenta para ello con unas fuerzas armadas experimentadas y dotadas de los medios más avanzados que, sin embargo, se enfrentan a grandes desafíos: la dificultad de la guerra urbana, convencer a la opinión pública mundial de la legitimidad de los daños colaterales del ataque y la posibilidad de una guerra en varios frentes. Además, la operación se realiza en un momento en que la cohesión nacional está afectada por una conscripción que de facto no es universal y por los últimos desafíos del ejecutivo al poder judicial.
En cualquier caso, ninguna operación militar impedirá que Hamás resurja si el odio hacia Israel se enraíza en una sociedad fanatizada y con una demografía explosionada.
Antecedentes y finalidad
Las principales operaciones israelíes en Gaza en 2008-2009 (Plomo Fundido), 2012 (Pilar Defensivo) y 2014 (Margen Protector) fueron limitadas en alcance y duración; su finalidad era dañar a Hamás con ataques aéreos selectivos e incursiones, pero la organización emergió de sus cenizas. El último ataque de Hamas −superando todas las expectativas− ha mostrado que la organización constituye una amenaza existencial que hay que eliminar, en consecuencia Israel pretende capturar o anular a sus dirigentes y destruir su infraestructura.
Ejército experimentado con medios avanzados
La Fuerza de Defensa Israelí es un ejército experimentado con 169.500 soldados en activo y 400.000 reservistas que dispone de los mejores medios: satélites, drones y aviones con sensores de última generación; vehículos blindados, carros de combate y artillería; aviones de combate y sistemas de defensa antiaérea. Además, Israel es una potencia atómica mundial «con 90 ojivas nucleares». En el combate en poblaciones utiliza geófonos y radares −que convierten las vibraciones del suelo en información− explosivos tipo gel, robots controlados a distancia y bombas que −lanzadas por aviones de combate− explosionan después de penetrar en profundidades significativas.
Guerra urbana y subterránea difícil
Sin embargo, la guerra urbana es lenta, agotadora y conlleva muchas bajas; Gaza tiene una densidad de población muy alta con bloques de casas pegados que facilitan la defensa y limitan la visión y las comunicaciones del atacante. Los túneles acentúan los problemas; los satélites y drones más sofisticados no pueden ver bajo tierra porque las señales de comunicación no llegan a las galerías. Además, en la oscuridad subterránea la incertidumbre es total; el miedo se agudiza debido a que la fatal sorpresa puede llegar en cualquier momento −desde no se sabe dónde− y los sonidos de los disparos se amplifican «lo que dificulta −dice Leeds− el movimiento».
Al objeto de contrarrestar la superioridad aérea israelí, Hamás construyó una red de 500 kilómetros de túneles en donde se mueve y combate con destreza utilizando armamento sofisticado; su brazo armado (Brigada Ezzedine Al-Qassam) cuenta con 15.000 hombres −medios árabes aumentan la cifra hasta 40.000− instruidos y dispuestos a todo. En 2014, Israel lanzó la Operación Margen Protector para destruir las galerías, pero no logró anularlas y se retiró después de una breve incursión de dos semanas; «las conocíamos en teoría −señala Padan− pero no teníamos experiencia operativa».
Batalla del relato ardua
Es prioritario ganar la batalla del relato porque «las ideas son como armas −precisa Lennon− y las palabras como balas». Los daños colaterales son inevitables porque Hamás se esconde entre la población civil, por lo que Israel −para obtener el apoyo de la opinión pública internacional− ha de contrarrestar las imágenes de sufrimiento de inocentes con relatos convincentes; si se impone la narrativa de Hamás las fuerzas armadas israelíes tendrían que abortar la operación sin alcanzar la finalidad prevista.
La guerra en varios frentes
Hamás aspira a una guerra con Israel en varios frentes. En principio, Hezbollah se ha mantenido al margen del conflicto pero, si éste se prolonga y se acumulan las bajas palestinas, podría abrir un segundo o incluso un tercer frente atacando a Israel desde Líbano y desde la parte siria de los Altos del Golán. En 2021 Hezbollah afirmó tener 100.000 combatientes, aunque otras fuentes los reducen a 50.000; su arsenal es de unos 150.000 cohetes y misiles bajo cuyo alcance están los centros israelíes más sensibles.
Cohesión nacional lesionada
La cohesión nacional −imprescindible para enfrentarse a cualquier conflicto− está fragmentada por dos aspectos. En Israel el reclutamiento de facto no es universal, lo que cercena la moral de combate especialmente necesaria en una guerra considerada como existencial; de igual modo, el reciente plan gubernamental para reformar el poder judicial −en manos actualmente del Tribunal Superior de Justicia israelí− ha dividido a la ciudadanía hasta tal punto que, si se aprueban los cambios legislativos en curso, los reservistas de unidades militares clave los considerarían un atentado contra la esencia de la democracia, por lo que no se incorporarían, en caso necesario, a sus puestos de combate.
Límites de la operación militar: la demografía y el odio
La victoria militar implicaría administrar Gaza, es decir, que los funcionarios israelíes gestionasen una sociedad destruida y resentida que podría organizar una resistencia similar a la de Hezbollah en Líbano entre 1982 y 2000. Israel conoce estas dificultades −se retiró de la Franja en 2005− por lo que no es probable que se quede y la Autoridad Palestina parece que carece de las capacidades para gobernarla. Con todo, la Operación Espadas de Hierro −la necesaria respuesta militar al ataque terrorista del 7 de octubre− no anulará a Hamás ni impedirá que resurja en la medida en que concurran la explosiva demografía palestina y el odio hacia Israel.
La Franja de Gaza tiene una densidad de población de 6.100 habitantes por kilómetro cuadrado −una de las más alta del mundo−; el 40 por ciento de la población es menor de 15 años y más de la mitad se encuentra en situación de pobreza. Al contrario, el peso demográfico de los judíos en Israel es cada vez menor; en 2050 la población palestina en Gaza y Cisjordania será de 11,8 millones y la judía de 10,1; desde datos más pesimistas, Kennedy se cuestiona cómo el Estado israelí −con un porcentaje significativo de árabes en su propio territorio− pueda contener en el futuro a una población palestina mayor.
El odio incrustado en la demografía creciente de los gazatíes y la disposición de éstos a morir son los mayores problemas para Israel. Hamás es una dictadura que fomenta el fanatismo religioso y cercena la libertad impidiendo las reformas que necesita la sociedad palestina: educación, democratización, eficiencia económica, derechos de la mujer, tolerancia religiosa y secularización; su objetivo fundamental es la destrucción del sionismo con una «Yihad definitiva −señala Haniyeh− cuyo resultado sólo puede ser la victoria o el martirio».
La operación militar puede acelerar la escalada de violencia en Oriente Medio; una violencia que está transformando la geopolítica global y que revela el fracaso de Occidente en la región y su descrédito ante el llamado Sur Global. El odio de Hamás hacia Israel puede derivar en odio del Islam fundamentalista hacia el mundo libre; en ese caso Europa se encontraría en una situación delicada porque no se plantea defender su propia supervivencia a pesar de que «los cimientos de su cultura y su civilización −precisa Caldwell− están siendo desafiados y reemplazados».
Autor: Jesús Alberto García Riesco / Coronel (r) y politólogo / Asociación Española de Militares Escritores